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Sol y sombra

Todos los charcos

Las últimas revelaciones sobre lo que Rodrigo Rato cobraba y no pagaba a Hacienda son prueba de la contumacia del exdirector del Fondo Monetario Internacional. Si a alguien se le considera durante largo tiempo artífice del milagro económico nacional no es de extrañar que piense que todos se equivocan menos él.

Rato ha pisado todos los charcos de este mundo sin dignarse a sortear ninguno. Además de ser uno de los causantes de la ruina de un banco público, de estar acusado de delitos fiscales y de blanqueo de capitales, y de haber utilizado hasta la extenuación una tarjeta negra, entre otros supuestos delitos que se le imputan, cree que nada de esto le hace culpable ante el mundo, sino más bien todo lo contrario. Hasta el punto que Rato ha repetido el guión de volver a defraudar al fisco después de ser arrestado y registrado su domicilio.

Los pagos que se le atribuyen y no declara deberían ser, según él, declararlos otros, por ejemplo la empresa cabecera de su entramado contratada para asesorar o para las conferencias que el propio Rato impartía. El exvicepresidente del Gobierno disfruta de una elevada visión del negocio que le hace distinto al resto. No cree que deba rendir cuentas como otros ciudadanos. Por ese motivo insiste; los equivocados son los demás, no él, cuya alta perspectiva del capital sobrevuela cualquier tipo de aparente contradicción.

De acuerdo con la Agencia Tributaria, los pagos a Rato eran "profesionales y personalísimos". Kradonara, la empresa, no dejaba de ser un fluido instrumental. Sin embargo el hombre del milagro económico piensa que la forma de tributar, al tratarse de "litigiosidad fiscal constante", carece de relevancia. Lo dice con todos los cojones, perdón los cojines.

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