La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LNE FRANCISO GARCIA

Soy Farpón, traigo color

Ni yo soy Campmany, Jesús, ni tú González Ruano, así que con este artículo póstumo que reniega del ánimo de necrológica no voy a ganar el Cavia. Ni falta que hace: bastante trago amargo es dirigirse a un amigo que ya no podrá escucharte ni leerte.

Será porque los dos hemos sido generosos de circunferencia abdominal y de afectos que hiciéramos migas desde mi llegada a Oviedo, lo recuerdo bien, el 24 de enero de 1991, festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, en plena guerra del Golfo y en el máximo grado de efervescencia del canal X del Plus, tal que los viernes por la noche, a la hora del cierre, el también malogrado Monchu, otro al que le perdió su corazón enorme, se acercaba a la sala que había a mis espaldas, donde teníamos una mesa larga, unas cuantas sillas y una tele, y a la vista del último alarde de Nacho Vidal o Roco Sifredi te gritaba: "Farpón, otro tomahawk".

Es que no quiero llorar, Farpi, no quiero en esta hora ni un asomo de tristeza: quiero reír, porque la mayoría de los recuerdos que atesoro de aquellas viejas andanzas y correrías en un periódico que ya nunca volverá me traen una sonrisa a la boca y un deseo enorme de darte un abrazo y de decirte que te echo de menos, que te he echado de menos estos últimos seis años y medio de billetes de vuelta. Ya apenas nos hemos visto pero hace dos semanas, con motivo de que Meré iba a ser por fin titular en el centro de la defensa del Sporting, hiciste tal apología futbolística del novio de tu hija mayor, Marta, Martita para ti siempre, que si te escuchan los del Oviedo, te linchan. Tan es así que tuve que decirte: "Coño, Farpi, en vez del suegro pareces el representante". Y respondiste, entre tenue y melancólico: "Se lleva a mi flor más preciada".

Jesús, nos estamos haciendo viejos, pensé entonces y certifico ahora, pero no tanto para que nos conduzcan a las bravas al otro barrio sin certificado de consentimiento; así, por las buenas; o por las malas o incluso las pésimas.

Ya te digo, se agolpan los recuerdos, cientos, miles. Mira que hicimos kilómetros por mandato de Evelio y Melchor de punta a cabo de Asturias (salvo el occidente, que era coto privado de Jardón y allí no pisaba nadie sin consentimiento del cascarrabias de Navia). Mira que hemos peleado con alcaldes. Con Trevín, en Llanes, que cuando llegábamos al Ayuntamiento sacaba una corbata del cajón y se atusaba, para salir decente en la foto, no le fuera a regañar Maru por el desaliño. Te debo también el reconocimiento universal del cachopo: ya lo comíamos tú y yo hace veinticinco años en Casa Blanco, en Cangas del Narcea, relleno de setas, compartiendo mesa con nuestro corresponsal de entonces, el también ya difunto Ángel Álvarez, "Dupont", que siempre acababa pidiendo chosco para picar y "flan con callos".

Un día por el oriente, dibujando una ruta de fin de semana, me llevaste a los bufones de Llames de Pría. Yo, probe de mí que no había visto otro océano que el mar de cereal de Castilla, me asomé, por indicación tuya, a uno de esos furacos del acantilado, y el sifón marino me calzó un guantazo que casi me deja en el sitio, de la taquicardia. O el viaje que me diste a Somiedo, a ver a Mino, que se había inventado el "xatu lising", con una cinta de merengues que habías comprado en unas vacaciones con Luisa, creo recordar que en la República Dominicana: "La de la tanguita roja, la de la tanguita roja"?. Y dale que te pego con el soniquete de marras, y venga otra. Tanto me mosqueó el estribillo que desde entonces ya no me volviste a llamar Paco: ya desde entonces fui siempre "tanguita". Cuando me destinaron a Zamora. Lagar, tú y yo, miembros de una trinidad quinielística poco agraciada de fortuna, nos fuimos a cenar a La Gruta, de despedida, con las escasas ganancias de un año jugando a la Primitiva. El postre, de la factura primorosa del padre de Eduardo, enorme repostero, era una golosa cancha de baloncesto con los muñequitos de Space Jam, que aún conservo.

Cierro los ojos y te veo como hace veinte años, con la cámara en ristre, con esa habilidad surrealista para poner motes a los compañeros, con ese carácter a veces volcánico, de océano impetuoso y desmedido, y ese abrazo, por contra, caluroso de oso grandullón y noble. Si los periodistas somos albañiles de edificios de papel, vosotros los fotógrafos sois los decoradores de las paredes del inmueble. Y tú no quisiste nunca dejar ese oficio para el que naciste y el que hasta ayer mismo, tanto echaste de menos. Como nosotros, todos los de esta casa de letra impresa, te echamos de menos a ti, a aquel muchachote orondo que llegaba y decía: "Soy Farpón y traigo color".

Compartir el artículo

stats