Tras el veranillo loco de diciembre llegó el invierno frío a cubrir las cumbres con su manto de armiño. Un paño de nieve gobierna ya la montaña asturiana, caliza albina que crece y se ensancha envuelta en la camisa nívea que ocultó ya hace días los tonos ocres del otoño del roble y el hayedo. Al paso por el Huerna, tras haber dejado atrás la silueta del Aramo, con el sol de la mañana mirándose en el espejo del monte, vienen a la memoria los versos de Ángel González: "No es un sueño, lo vi: la nieve ardía". Una región como ésta, alicaída, con la cabeza gacha, debería acostumbrarse a mirar hacia arriba, a la altura de los escarpados picachos cardinales que la rodean a modo de vigía. Una región como ésta, de añeja tradición montañera, debería lanzarse sin demora a abrir nuevas vías de escalada: quien alberga pánico a las alturas acaba sucumbiendo al miedo a la gloria.