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De "La aldea perdida" a la agricultura eco lógica

La vida tradicional en dos localidades de Allande

Marcelino Lozano es el autor de un hermoso libro sobre Castaedo y Monón, dos pequeñas aldeas de Allande, donde se muestran las ricas tradiciones de cultura popular que, en medio de una situación económica precaria, atesoraban estos dos pueblos del occidente de Asturias. Jaime Izquierdo suele insistir, con toda razón, en que el paso de la agricultura tradicional al monocultivo de la leche -con un progreso económico indudable, que resulta indiscutible- se hizo con la destrucción, perfectamente evitable, de una buena parte de la cultura tradicional y, durante un tiempo, de la pérdida de iniciativas de diversificación de la economía rural, ya que el abandono alcanzó hasta el cultivo de la mayor parte de los árboles frutales. En los años sesenta y setenta del pasado siglo se perdieron oficios, cultivos, lengua, folklore? En otros países europeos, ese proceso necesario de cambios en la agricultura se llevó a cabo sin tan grave sacrificio en las tradiciones culturales.

Castaedo, en su momento dorado, llegó a tener diez casas, diez familias, diez vecinos, según el viejo uso de considerar cada familia un vecino; Monón llegó a tener siete vecinos, siete familias. El libro de Marcelino Lozano tiene 454 páginas. Alguien podría decir: ¿tantas cosas pasaron en estas aldeas minúsculas para llenar tantas páginas? Y mil páginas más, si el autor desarrollara todos los sugerentes temas que trata. La microhistoria es historia general -sostiene el historiador Giovanni Levi-, "si se analiza bien un acontecimiento, un documento o un personaje específico".

En Castaedo había un telar, una fragua, dos hórreos, cinco paneras, dos molinos, una minicentral, una capilla, buena pradería, berzas, patatas, maíz, trigo, centeno, forrajes, colmenas, castaños, avellanos, bellotas, y un monte en común de 200 hectáreas. Monón tenía escuela pública, una braña y buenos pastos, una capilla de S. Jorge, tres molinos, tres telares y una minicentral. Aquellas aldeas de la agricultura tradicional eran un pequeño universo y, aunque no alcanzaban a ser autónomas, como ya señaló Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo, aspiraban a serlo.

A veces, las medidas uniformes para todo el Estado se convierten en un ataque frontal para algunas comarcas. Así, en los años cincuenta del pasado siglo, se procedía a una plantación masiva de pinos en España por el Patrimonio Forestal del Estado. En muchos pueblos de Asturias, esta repoblación significaba la privación de los mejores pastos y de la roza para el ganado. Marcelino Lozano cuenta cómo en Bustantigo, patria de Avelino Rico, campeón del mundo de billar a tres bandas, y del geólogo Valentín Suárez, los vecinos opusieron gran resistencia a verse privados de los mejores pastos de este pueblo, de veintidós casas o vecinos, en los terrenos comunales de la parroquia. El 13 de junio de 1953, los hombres de Bustantigo -Allande- "se quitaban las puchas -las gorras- para secarse las lágrimas"-, pues los guardas forestales habían matado a tiros a un joven del pueblo por defender unos terrenos comunales que, posteriormente, los tribunales declararon propiedad legítima de aquella parroquia. En la zona de El Rebollo, en el lugar del suceso, los vecinos colocaron una cruz para dejar constancia, para la posteridad, de aquel atropello totalmente injustificado. Como consecuencia de las plantaciones masivas de pinos -nada de floresta- de la Forestal, desapareció casi totalmente la reciella, el ganado menudo, los rebaños de ovejas y de cabras que había en muchas de las aldeas del Occidente asturiano. Años después, en Inglaterra pudimos ver cómo la mecanización y los cambios en la agricultura se habían llevado a cabo respetando más que nosotros la cultura tradicional, conservando las ovejas al lado de las vacas e, incluso, manteniendo, en muchos casos, "los derechos adquiridos" secularmente por algunos animales domésticos. Por ejemplo, en la campiña inglesa hay labradores que respetan el derecho de los "músaros," o cazadores de ratones, a disponer de gatera, mediante un chip que les abre una pequeña trampilla para entrar y salir de casa cuando lo deseen. Si los gatos asturianos dispusieran para su defensa de un despacho de abogados como el de Aurelio Menéndez, o el de los Garrigues, podrían conseguir, apelando al derecho consuetudinario, la recuperación de las gateras, de las que pudieron disfrutar en los últimos siglos, para entrar y salir de casa libremente, sin esperar a que los amos humanos se dignaran abrirles la puerta.

Allande es un paraíso para los filólogos, por ser zona fronteriza del bable occidental y del gallego-asturiano, aunque no sé si se puede hablar aquí de paraíso, después del 25 de octubre de 2011, cuando un pavoroso incendio asoló el Valledor, quemando árboles y viviendas, entre las que figuraba la Torre del Valledor, donde Antonio García Linares, exalcalde de Allande, guardaba una valiosa documentación sobre el occidente de Asturias, fruto de muchos años de trabajo.

Simplificando la clasificación, en Allande hay cuatro grupos lingüísticos: los curitos, en torno a Pola, de bable occidental; los farracos, del Valledor, de gallego-asturiano; los Llatos, de Santa Colomba (Monón), Lago (Castaedo) y Berducedo, de gallego-asturiano, y los Loufos, de Bustantigo, de bable occidental. Marcelino Lozano señala pequeñas variantes lingüísticas que diferencian Castaedo y Monón. Aunque los filólogos pueden señalar algún error de transcripción, este trabajo de microhistoria y de etnografía quedará como una meritoria aportación, al lado de las publicaciones de otros investigadores occidentales, como Senén González Ramírez y Salvador Fernández.

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