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Carmen y Sara

A veces echamos de menos la voz de los que ya no están entre los vivos y en otras ocasiones es de justicia que les prestemos nuestra propia voz.

Los días 20 y 21 de marzo de 2016, Carmen Ruiz-Tilve, la cronista oficial de Oviedo -y, desde antes de serlo, una excelente escritora y novelista, biógrafa y amiga de Dolores Medio- nos obsequió sus recuerdos a los lectores de ese estupendo diario que es LA NUEVA ESPAÑA, casi una autobiografía completa: muy sugestiva y de una actualidad cultural innegable.

Puede ser interesante la relación de Carmen con Sara. Sus familias eran muy amigas y Sara Suárez Solís le llevaba a Carmen unos 16 años. Carmen la quería mucho, de modo que cuando Sara guardaba cama por algún resfrío u otra indisposición, la pequeña Carmen le traía flores. Decía: "fores" para Sarita. Naturalmente, el afecto entre ellas era recíproco. Sara no sólo la quería sino que también la apreciaba, porque Carmen muy pronto exhibió su talento literario.

Sara suele ser recordada por progresista; sin embargo, también mostró una veta conservadora muy potente. Que valgan dos ejemplos. Cuando era directora del Instituto Jovellanos de Segunda Enseñanza de Gijón, el entonces alcalde, Ignacio Beltrand, tuvo la idea de abrir una gran avenida desde el paseo de Begoña hasta la mar, sacrificando no sólo los edificios que podrían ser fácilmente embargados y destruidos, sino también el Antiguo Instituto Jovellanos. Buscando respaldos a su proyecto, Beltrand acudió a Sara proponiéndole asfaltar el patio del Instituto a cambio de su apoyo al proyecto de la reordenación de aquella zona de Gijón. Sara no solo no le secundó, sino que se opuso enérgicamente a tocar siquiera una sola pierda de ese venerable edificio. El otro ejemplo del conservadurismo de Sara era la preocupación de que no se perdiera el apellido de Tilve y convenció a Carmen Ruiz Arias de que agregara a su primer apellido aquel por el que siempre ha sido conocido su padre.

Sara no está entre los vivos. Prestémosle la voz y seamos su memoria y la herencia viva de su sensibilidad e inteligencia.

Feminista como era, le tocó, como una ironía del destino, una enfermedad eminentemente femenina, el cáncer de mama, minúsculo en su caso, casi imposible de diagnosticar, pero que le sembró el cerebro de metástasis del tamaño de avellanas que le produjeron la muerte.

En cierto modo Sara presentía aquel peligro porque, cuando cada cierto tiempo sometía sus pechos a una revisión por prescripción médica, pasaba muy malos ratos en espera de los resultados, temiendo lo peor, hasta que un día una resonancia magnética del cerebro realizada a causa de unos repentinos trastornos del habla y de la escritura ofreció aquella terrible imagen.

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