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Jabalíes, una peligrosa plaga

Los problemas que causan los animales salvajes que se adentran en las ciudades

Quién no se acuerda de Bambi, el cervatillo; de Tambor, el conejo; de Flor, la mofeta; del orgulloso Príncipe del Bosque; de Simba, el león; de Shere Khan, el tigre; de Dumbo, el elefante; de Akela, el lobo; de Kaa, la serpiente; de Baloo, el oso?, podríamos llenar cientos de páginas con nombres de animales que han sido entrañables protagonistas de cuentos, novelas y películas. Qué me dicen de las tiras de LA NUEVA ESPAÑA, cuyos personajes son parlanchines jabalíes convertidos en actores de la más reciente actualidad. ¡Divertidísimas!

De niños, si bien teníamos predilección por algunos en concreto, en el fondo todos nos caían bien, con todos nos divertíamos y a todo el colectivo le guardábamos cariño. Es más, sus aventuras, trágicas o divertidas, nos enseñaron a respetarlos y quererlos; formaron parte de nuestros sueños y dialogamos con ellos. ¡Sí, así fue! Porque teníamos el convencimiento de que sus vidas eran análogas a las del rey de la creación, a las nuestras. La literatura y las imágenes nos indujeron a pensar que también eran esclavos de las emociones: amor, ternura, pasión, afecto, emoción, tristeza, piedad, enojo, miedo?, y que todos los seres de la Tierra estaban, en la vida real, inmersos en la misma aventura social. Nada más alejado de la verdad. He de reconocer que algunas personas, a pesar de haber alcanzado la edad adulta, continúan creyendo que nada ha cambiado desde su percepción infantil; siento decepcionarles hasta hacerles perder la virginidad mental cuando comprendan que los animales no hablan, que en absoluto son seres racionales, que, salvo por el más puro atavismo, en nada se parece su sistema de vida al de la especie humana y, por supuesto, no mantienen relaciones entre diferentes especies. Claro que, por creer, los hay que hasta en los Reyes Magos. ¡Bendita ingenuidad!

Se estarán preguntando, ¿y este, adónde quiere llegar? Pues, bien, ni más ni menos que a la plaga de jabalíes que invade nuestro entorno. Fue alrededor de los años ochenta del pasado siglo, cuando esta especie -que de aquella habitaba la parte alta de nuestros montes, Somiedo, Cangas del Narcea, Degaña, Redes?- tan parecida al cerdo doméstico, a causa de los incendios y el despoblamiento del medio rural, inició el éxodo a zonas más bajas y benignas. ¿Con qué se encontró? Con grandes praderías, con numerosos huertos, con sembrados de patatas, maíz y demás suculencias para colmar sus necesidades mediante enérgicos movimientos de jeta.

Su dieta fundamental, no olvidemos que son omnívoros, constaba de bellotas, hayucos, bayas, castañas, tubérculos, raíces, frutas, gusanos, ratones, serpientes, carroña? Al no escasear el alimento aumentaron sus camadas y no les quedó otra que proseguir colonizando nuevos espacios. Por cercanía habitual perdieron el ancestral respeto al género humano y, lo verdaderamente importante, conocieron y se habituaron a encontrar comida sin el menor esfuerzo. ¿Dónde? En los estercoleros. Nutrición que de nuevo les permitió aumentar el número de crías y multiplicar su especie en proporción geométrica. Graves consecuencias que han degenerado en plaga difícil de controlar si no se toman medidas drásticas eliminando población, ya que, cerca de las ciudades, no tienen depredadores que realicen esta imprescindible labor.

Con ser muy grave, esto no es lo peor. Lo peor es que se trata de animales salvajes, irascibles y con grandes defensas (navajas) los machos y poderosas bocas las hembras, que pueden causar gravísimos percances. Por el monte los he tropezado cientos de veces, siempre han huido sin la menor advertencia de enfado, salvo en una ocasión en que, sin la menor intención y sin llegar a verlas, estuve tan cerca de las crías que la madre me amenazo castañeando los dientes; hablándole con parsimonia y alejándome con lentitud libré la embestida. Por nada del mundo quisiera encontrarme con un jabalí herido, acorralado o temeroso de que roben uno de sus rayones, podría tener nefastas consecuencias.

Pues, en el colmo de los colmos, por si no fuera suficiente riesgo hacerles fotografías a tres metros de distancias, con niños cogidos de la mano o en el cuello, acercándose a ellos igual que si fueran tiernos corderillos cuando son animales salvajes y peligrosos, ahora, en la cúspide de la ignorancia, hay personas que les dan de comer a diario. Hacerlo conlleva que los suidos cada vez se habitúen más a la presencia del hombre y aumente su población alrededor de ciudades y pueblos. De hecho ya vagan por ellos como Pedro por su casa.

Tropezarse con una piara de jabalíes puede convertirse en un grave riesgo para las personas. Un accidente de circulación, automóvil o moto, aparte de los destrozos materiales, causa a lo largo del año un elevado número de heridos y algún fallecido. Nada digamos si el que lo sufre es un ciclista, como hace unos días. Arrasan pastizales, plantaciones de maíz, patatas y demás. No tengo la certeza pero tengo entendido que la Administración paga más daños por jabalí que por lobo. No menos importante es que su brutal crecimiento interfiere directamente en el desarrollo natural de las especies que utilizan el mismo hábitat desde tiempos inmemoriales..

En ocasiones hablamos por no callar y confundimos al personal. No hace mucho he leído en estas mismas páginas, no recuerdo de quien fue el comentario, que un buen remedio para acabar con el exceso de población era aplicar un método anticonceptivo. No aclaraba si el Ogino-Knaus, si vasectomía y ligadura de trompas, condones, diafragmas, píldora? Siento mucho decir que, por desgracia, de momento, no hay nada para regular sus camadas, salvo coger uno por uno y esterilizarlos. ¡Complicada labor me parece!

En este caso hay que reducir de forma drástica su población. El departamento de caza del Gobierno del Principado de Asturias ha de modificar la legislación y, de acuerdo con las sociedades de cazadores, rebajar su población hasta límites tolerables. Todo lo demás son parches. Las plagas hay que tratarlas como tal. Igual da que sean de mosquitos, microorganismos o animales salvajes.

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