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Billete de vuelta

Francisco García

Música en la calle o que calle la música

Ejemplos de magníficos intérpretes en las vías públicas

¿A quién molesta la música en la calle? Salvo que el recital se produzca a deshora y quien entone berree en lugar de vocalizar y destroce a gritos la partitura, a nadie. O a casi nadie. Tal vez sólo repugne a aquellas fieras de dos pies y sin cabeza a las que no existe sintonía que amanse. Puede que a algún concejal también le moleste que le toquen la gaita, pero seguramente menos de lo que a muchos ciudadanos les contraría que algún edil les toque a ellos la vihuela. Así que "quid pro quo".

Hace semanas un trío que parecía eslavo, una solista, un violoncelo y un violín, interpretaba piezas clásicas en el corazón de la calle Corrida. La voz de ella sonaba primorosa, a música celestial, cuando se atrevió con el "Ave María" de Schubert. Decenas de personas se pararon extasiadas y premiaron la actuación con generosos aplausos y unas cuantas monedas. Días después dos chicas del Conservatorio ocupaban el mismo escenario callejero para deleite de una sonata.

No todo vale, es cierto. Como esa extraña mujer, dicen que libanesa, que cada verano amenaza con dinamitar la historia del bolero con un altavoz ronco y gallos monstruosos de garganta en el Muro o en los Jardines de la Reina. Que Dios me perdone, pero lo suyo es un castigo reincidente, no un remanso. Y aún así, merece su espacio. Un poco más lejos, eso sí.

No denigren, señores munícipes, la música en la calle. Impidan que la calle esté sucia, retiren los papeles, pero no empapelen a los músicos. Que no tengan que marchar con la música a otra parte y con los niños a otro Hamelín.

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