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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Economía artesanal y hablas jergales

La abundancia en Asturias de lenguajes de colectivos que han de desplazarse fuera a fin de ejercer sus oficios o realizar sus ventas

José Manuel Feito calificó Asturies como el paraíso de les xírigues o hablas jergales. En efecto, de occidente a oriente tenemos constancia del conqueiru y maconeiru (vasos y cestos, Deñaga), el bron (utensilios de bronce, Miranda), el ergue (canteros, Ribesella y Llanes), la xíriga o tamargu (teyeros, Llanes), el donjuán o cascón (cesteros, Peñamellera), el mansolea (zapateros, Pimiangu). Asimismo, tenemos noticia de una xíriga de los ciegos y es posible que otros grupos, como los ceramistas o quienes iban a la siega a Castilla, hayan desarrollado vocabularios xerigales.

La existencia de hablas jergales no es exclusiva de Asturies. Tenemos constancia de ellas en la vecina Galicia, por ejemplo, o en Francia. Ese tipo de lenguajes -un vocabulario más o menos extenso de carácter "raro" para quienes son ajenos al grupo- surgen en colectivos que han de desplazarse fuera de su territorio a fin de ejercer sus oficios o realizar sus ventas. Les sirve como lenguaje de ocultación, para comunicarse en determinadas situaciones sin que los entiendan "los de fuera". Ahora bien, la estructura gramatical y morfológica, es, en nuestro caso, el asturiano general.

Tenemos conocimiento de los oficios que dan origen a la invención de esas jergas desde el siglo XVIII, en particular desde el llamado Catastro de Ensenada (1753). En él se constata una verdadera explosión de actividades artesanales (con el aditamento de una xíriga o no). Así, en Ribesella, sobre 434 labradores, 283 son canteros por el verano. En Peñamellera son goxeros temporeros hasta el 80% en algunas parroquias. En Llanes 988 vecinos son labradores y tamargos; de los 1.144 canteros de Asturies, 503 están censados en Llanes. En Avilés hay 115 tratantes de cobre, 19 caldereros y 34 ferreros. Xovellanos apunta el dos de agosto de 1892 que en Miranda existen nada menos que treinta hornos de cerámica y que "Cuanto se trabaja se arrebata de las manos de los fabricantes. Consúmese en Asturias y en toda nuestra costa septentrional desde Vizcaya a Galicia".

La introducción del maíz a comienzos del XVII supuso un progresivo aumento de la población, la sucesiva parcelación de las explotaciones -sobre su escasez y carestía- y, en consecuencia, el escaso rendimiento de la tierra y la imposibilidad de ocupación para tantos. Una salida fue la emigración a América, costosa y problemática. La multiplicación de los oficios y los productos artesanos constituyó lo que podíamos llamar impropiamente el hallazgo de "un nuevo nicho de mercado", una nueva forma de economía, que sustituía la emigración definitiva o la falta de trabajo por una emigración temporera.

Los artesanos emigrantes, que son los que inventan las hablas jergales, salen a recorrer el país o los colindantes "vendiendo" dos cosas, su saber -sus técnicas y habilidades-, unos: mansoleas, tamargos, caldereros, canteros; otros, su saber y sus productos, productos que se obtienen mediante la explotación de la madera (conqueiros, maconeiros, goxeiros) o la fabricación de objetos de bronce. Sin que sepamos que hayan desarrollado una jerga específica, los que fabrican cacharros de cerámica se encuentran entre estos últimos.

Toda esta actividad, que dura en muchos casos, y ya en agonía, hasta los años cincuenta del siglo XX, no consigue estabilizarse como agente de empresas que puedan competir en la economía que surge en la revolución industrial: la escasez de capitales, la baja productividad inherente a lo artesanal, lo específico de la mayoría de sus productos, la miseria del mercado interior, la dificultad de nuestras comunicaciones lo imposibilitaron.

Pero si bien se señala siempre la dureza de esos trabajos y los no muy abundantes frutos numerarios de la misma, hay que subrayar que constituyeron una forma de economía que permitía completar las misérrimas rentas agrarias y que evitaba una emigración definitiva.

Hemos dicho que les xírigues conformaban una lengua de ocultación, un instrumento de defensa frente a los de fuera. Pero cumplían también una de las funciones del lenguaje, la identitaria, la de la cohesión del grupo y el orgullo de la pertenencia a él. Así fueron usados, por ejemplo, en muchos casos por las mujeres de esos artesanos. Hoy incluso, alguna de esas hablas jergales, como el bron o el tamargu, sirven de aglutinante identitario entre personas de algunos concejos o localidades, como Miranda o Llanes.

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