La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Latidos de Valdediós

Dime de qué presumes

La respuesta a un hombre que confiesa su ateísmo

Los refranes son casi siempre una fuente de sabiduría popular auténtica. No sé si son algo típicamente español, creo que sí, pero son agudos y chorrean sentido común. Hay uno que, de manera particular, se me viene mucho a la mente últimamente, sobre todo contemplando el panorama que nos rodea: "Dime de qué presumes y te diré de qué careces?".

Hace unos días se acercó a mí un buen hombre y me espetó a bocajarro con un tono un tanto desafiante: "Hermana, yo no creo en Dios". Le miré un tanto perpleja por el abordaje inesperado, pero inmediatamente sonreí y le dije: "bueno? cada uno? rezaré por usted para que reciba el don de la fe; porque creer es un regalo", y seguí sonriendo, poniendo en mi sonrisa todo el cariño y la ternura de que fui capaz.

Él mantuvo su tono y su mirada desafiantes y me contestó categóricamente: "no rece, porque ni creo, ni quiero creer". En su actitud y el tono de sus palabras capté un resentimiento inmenso y pude vislumbrar una historia de dolor en su vida y bastante amargura. Interiormente, en ese mismo momento, rogué por él, pero no le dije nada más, aunque él siguió mascullando entre dientes frases hirientes contra el Crucifijo que llevo, contra mi hábito, contra Dios, contra la Iglesia? En fin? lo típico. Como respuesta? otro refrán: "al mal tiempo buena cara", silencio y seguir sonriendo.

Cada uno es como es, y no pasa nada: somos humanos y esto es lo que hay; se trata de acoger y comprender a todos desde el respeto y algunas veces echando mano de grandes dosis de paciencia. Si no obráramos así? la convivencia sería muy complicada, o imposible. Pero lo que me impresionó fue el ataque gratuito, porque yo no le abordé ni me metí con él, sino que iba a lo mío, a mis asuntos, sin tratar de imponer mi fe, y respetando a los que no la comparten. Y sin comerlo ni beberlo, él vino a mí y me abordó con la confesión de su ateísmo, o su rechazo de Dios, como lo queramos llamar.

Este hombre no se limitó a expresar su falta de fe, que no era tal, sino un gran enfado con Dios. Si de verdad no creyera en Dios no estaría tan furioso y resentido contra alguien que para él no existe. Todo él rezumaba amargura y la necesidad de autoafirmarse en su desprecio hacia lo religioso.

¿No os habéis fijado que quienes más hablan de paz y de tolerancia son los más viscerales a la hora de agredir a los demás, los que atacan con mayor virulencia y más despiadadamente? Algunas veces, sin saber por qué, resultamos agredidos y maltrechos por la violencia que guardan algunos en su corazón. Y en esos momentos? ¿qué hacer? Devolver bien por mal y jamás devolver pedradas. Responder con mansedumbre a la violencia, con paciencia a la intolerancia y? permanecer en la propia postura sin necesidad de arrollar a nadie, porque cuando uno vive convencido de su verdad no necesita autoafirmarse: se sostiene sola, la sostiene la propia vida, no hay que enarbolarla ni agredir a nadie. No es necesario "presumir" de ateo para serlo en autenticidad, ni "presumir" de cristiano para serlo con coherencia.

Quien de verdad ha hecho una opción vital con seriedad -no una ventolera fruto de una rabieta- no necesita agredir a nadie ni defender su opción cada cinco minutos a costa de arrollar a los que le rodean, simplemente vive según sus convicciones y deja vivir a los demás. Quien se autoafirma continuamente es porque no se cree su propia opción y la cacarea de continuo: "dime de qué presumes y te diré de qué careces".

Un abrazo fuerte y hasta el próximo viernes.

Compartir el artículo

stats