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Billete de vuelta

Francisco García

Eclipse y fin del mundo

De ser ciertas las predicciones milenaristas del numerólogo y estudioso de la Biblia David Meade, vayan todos atándose los machos: el próximo 23 de septiembre se acaba el mundo y el eclipse de esta semana es su anuncio inminente, su principal presagio.

En su elucubración fantasiosa, de enorme recorrido estos días en las redes sociales, esos faeneros digitales de pesca de arrastre que gustan de capturar incautos besugos cuando no panchos, Meade anuncia que un planeta misterioso al que llama Nibiru, gemelo binario del Sol, impactará ese día contra la Tierra, provocando un incalculable cataclismo.

Llega el Apocalipsis, y ustedes y yo con estos pelos. No abonen las facturas pendientes ni escatimen los placeres que siempre reprimieron; recen sus plegarias los que crean que lo que se avecina es un castigo divino y despendólense, dando rienda a los instintos, los hedonistas y descreídos: para lo que nos queda en el convento...

Meade parte del libro de Isaías, en el Antiguo Testamento, para argumentar que "el sol naciente se oscurecerá y la luna no dará su luz". Y alude a la que llama la teoría de la "convergencia 33", según la cual 33 días después del eclipse del 21 de agosto habrá una luna negra, lo cual astronómicamente ocurre cada 33 meses. El eclipse comenzó en Oregón, el 33 Estado de la Unión, y finalizó en el grado 33 de Charleston, en Carolina del Sur. Un eclipse de estas características no ocurría, asegura el adivino de marras, desde 1918, hace 99 años, o sea tres veces 33...

Lo dicho, que epicúreos somos: comamos y bebamos treinta y tres veces, que mañana moriremos. Chin chin.

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