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Un cuento: la pelea

Una comparativa entre el odio que se tenían dos barrios de un pueblo y el conflicto catalán

Había en mi pueblo dos barrios. Un barrio alto y otro bajo. El primero asentaba en la colina y gozaba de una luz más pura, mejores vistas y sus moradores gozaban de un calorcito saludable y la humedad apenas se dejaba sentir. Y lo habitaban señores y señoras que iban ellos de corbata y ellas de traje de chaqueta. Aunque solían desplazarse no a dos patas, sino a cuatro ruedas. El segundo, el bajo, asentaba en el valle, ni qué decir tiene que la luz, las vistas y el calorcillo brillaban por su ausencia, no así la humedad que se calaba hasta los huesos y la artrosis retorcía las columnas vertebrales de los mayores y al caminar parecían orugas. Y no había coches, los más afortunados pedaleaban en bicis teñidas de óxido y frenaban aplicando la suela agujereada del zapato sobre el neumático trasero.

Había en mi pueblo dos barrios y un alcalde que ordenaba y mandaba. Ordenaba construir alcantarillas y levantaba farolas muy artesanales en el barrio alto. Y mandaba muchos polis al barrio bajo porque no eran gente de la que uno se pudiera fiar. Les gustaba jugar, beber, fornicar, y para sufragar tanto gasto, según decían los del barrio alto, robaban en las casas y en esos graneros de dinero que se llaman bancos.

Había en mi pueblo dos bandas de chavales. Una por barrio. Y la del alto se hacía llamar "La Banda de los Cruzados". La del bajo, "La Banda del Alacrán". Entre ellas había sentimientos encontrados: de un lado, los del alto despreciaban a los del bajo; y del otro, los del bajo envidiaban a los del alto. Desprecio y envidia que se fundían en un sentimiento común y compartido: odio.

Había en mi pueblo, entre las colinas y el valle, una explanada donde las dos bandas se encontraban. Con ganas de pelea las más de las veces, por no decir todas. Los dos jefes de la bandas ocupaban el centro del círculo, y los seguidores de uno y otro bando los semicírculos: los del alto el derecho, y reservado el izquierdo para los del bajo. Comenzaba la sesión con gestos elocuentes de brazos y manos, entre los que destacaban las peinetas en el semicírculo de la derecha, y los cortes de manga en el izquierdo. Seguía un abucheo entremezclado con insultos que subían de intensidad de voz y contenido, del clásico tonto del culo a mentar a las madres atribuyéndoles profesiones denostadas. El calentón in crescendo terminaba con el enfrentamiento cara a cara de los dos líderes. En mitad del círculo, de pie, mirándose a la cara, con desprecio y envidia, y un árbitro que marcaba los pasos de la pelea. Decía, dale ahora con la mano en el pecho, y le daba, ahora tú, si eres valiente, dale otras tantas en la frente, y hale, entre aplausos de los unos e insultos de los otros, recibía el otro un manotazo en la frente. Eso calentaba mucho al contrario y se perdían los nervios, no digamos las formas y, sin que el árbitro hiciera nada por evitarlo, le sucedía la patada en los huevos. Después de tamaña ofensa, la ira contenida de los contendientes se desbordaba, y unos y otros saltaban al terreno y ambos semicírculos se fundían en un círculo tristemente conocido en este país y que se repite cuando los demonios están ociosos y no tienen otro pito que tocar.

Oiga, déjese de cuentos, y háblenos de algo serio, por ejemplo, el problema de Catalunya o Cataluña.

Aplíquele el cuento, y si no le vale, tranquilo, tengo otro.

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