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Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Bienvenidos al paraíso

La historia de una familia refugiada en Asturias tras sufrir persecución lingüística en Baleares

Cuando aparece la playa de San Lorenzo en la portada de un periódico de Madrid es para echarse a temblar. Haciendo memoria, viene a la mente algún suceso difuso relacionado con la mafia de los explosivos del 11-M, o aquel día que diluvió cinco minutos en pleno mes de agosto, o el lío que se montó porque las socorristas llevaban un bañador que algunas miradas enfermas consideran demasiado pequeño. Todas ellas son cuestiones que no ofrecen una imagen precisamente paradisiaca de Asturias.

De repente, fuera de temporada, sin esperarlo, como a traición, irrumpe en la portada de "El Mundo" la idílica imagen de una familia feliz: padres e hijos sonrientes, en el Muro, con la iglesia de San Pedro al fondo, iluminada por un escurridizo sol de noviembre y las olas deshaciéndose mansamente sobre una arena limpia como una patena.

Sólo falta el logotipo: el paisaje enmarcado en el triple arco de Santa María del Naranco con el que se difunde la imagen de "Asturias, paraíso natural". Pero en esta ocasión lo que se ofrece al forastero no son los Picos de Europa, los osos, el Prerrománico o la fabada. Esta vez se muestra un lugar en el que vivir en paz, sin ser acosado por los vecinos en razón de la procedencia, la cultura o el idioma.

Para quienes dicen venir del "infierno" es, sin duda, el paraíso. Aquí se puede llamar "facha" a alguien -sólo faltaría-, pero no por pedir que se aplique la ley. Aquí se deja a los niños jugar con otros guajes, aunque hablen fino. Aquí en las escuelas no se le quitan horas de recreo a los pequeños para dar Lengua Española. Aquí no se organizan caceroladas, ni caza de brujas contra familias que reclaman "unas horas de español", seis en concreto. Aquí a los niños del resto de España, de Rumanía, de Ecuador o de Marruecos no se les impone -que yo sepa- hablar en asturiano en el patio del colegio.

Doris (austriaca), Joaquín (asturiano) y sus dos hijos, de 3 y 5 años, salieron huyendo de Baleares y se instalaron en Gijón en busca de esas libertades. Para quien las respira todos los días no tienen nada de extraordinario, pero para quien se las han arrebatado es como si le hubieran quitado el aire para respirar.

Tiene más miedo a la pobreza el que ha pasado hambre. Teme más perder la paz quien ha estado en el punto de mira de las armas. Disfruta más de la libertad de expresión quien ha sido víctima de la censura. Aprecia más un régimen democrático -como el del 78- quien ha padecido una dictadura. Y, por supuesto, valora más aprender y hablar su lengua a quien se lo han impedido. Conviene que de cuando en cuando aparezca alguien, como Doris y Joaquín, para recordarnos que esa libertad que disfrutamos de forma casi mecánica también se puede perder. Pasar del infierno al paraíso es muy fácil, hacer el recorrido al contrario es mucho más penoso.

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