Cada país tiene los políticos que se merece. También tenemos el cine que merecemos, de ahí la defraudante gala de los "Goya", insípida, retórica, estólida... incluso podría añadirse que patética y otros cuantos esdrújulos. Quién nos iba a decir a los sufridos telespectadores que íbamos a echar de menos los chistes malos de Dani Rovira, a la vista de los lamentables sketches de la dupla Joaquín Reyes-Ernesto Sevilla, a los que magistralmente definió Boyero en el único momento divertido de la noche: no daban el perfil del payaso tonto y el payaso listo: eran tontos los dos, y de remate.
Para mi gusto, los actores ya cansan con la petición repetida año tras año de la rebaja del IVA (hay otras rebajas de impuestos más urgentes a las que no se les pone micrófono ni altavoz, sino más bien sordina). Y en cuanto al alegato feminista, en ocasiones la vehemencia obtiene el efecto contrario al perseguido.
Decía que tenemos el cine que merecemos, en positivo. En un país plurilingüe no debería asombrar que dos de las mejores filmaciones del año hablen catalán y euskera. Nadie rasga sus vestiduras cuando las películas son buenas porque el idioma del cine es universal y no requiere diccionario. Pero también merecemos la vergüenza ajena de reconocer que con excesiva frecuencia sean películas casposas del tipo "Torrente" las más taquilleras. ¿Puede aspirar Isabel Coixet a recaudar tantos millones como Santiago Segura? El problema no es que ella sea mujer, sino la desastrosa herencia de una cultura cinematográfica que arrancó en el landismo, tuvo continuidad con Pajares y Esteso y perpetúa hoy el guión zafio del escatológico policía de los lamparones.
Por lo demás, que el premio gordo se lo llevara "La librería" conduce a una sencilla reflexión: cuánto más vale un buen libro que una mala película.
