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El Club de los Viernes

¡Que viene la ultraderecha!

La misión de Casado de revertir el conformismo del PP

De tal modo la tiranía de la corrección política se ha inoculado como un veneno en todas las facetas de la vida, que basta con que así lo decida la izquierda, sin que importe ni mucho ni poco lo que piense y declare el sujeto, para ser etiquetado con el termino que más convenga en ese momento, y situarle como proscrito y disidente de su falaz discurso oficial único de la inclusión, la igualdad y la redistribución.

Como lo de "neoliberal" como descalificativo ya no le funciona, la 'progresía' patria ha desempolvado uno de sus clásicos recurrentes, y al grito de "¡Que viene la ultraderecha!" han corrido a ponerle a nuevo presidente del Partido Popular, Pablo Casado, su particular Judenstern, fieles a sus más ancestrales orígenes y arraigadas costumbres despóticas de estigmatizar y segregar grupos, de no responder con argumentos sino con desconsideración. En definitiva, su habitual menosprecio de clase, tan odioso como el menosprecio de raza, y sin embargo, mientras esto último es un crimen declarado, lo primero es un aclamado argumento político acreedor de rédito electoral.

Los vestigios de la ultraderecha española yacen sepultados en la tumba de la basílica de Cuelgamuros, junto a los huesos del dictador que esta izquierda presume de haber combatido ardorosamente, con tal ahínco que se les murió de viejo en la cama. Porque no se engañen, a la izquierda no le inquieta la tentación ultraderechista, de la que la historia nos ha vacunado y los Pirineos nos tienen salvaguardados. Lo que le inquieta a la izquierda es que la derecha, evite sucumbir a las tres tentaciones que históricamente la han relegado a un papel secundario, cuando no marginal: la tentación conservadora, que asigna al Estado un papel que ni puede ni debe cumplir; la tentación tecnocrática, que crea la imagen de que la administración de los asuntos públicos es separable de la política, descalificando esta última y, en definitiva, la manifestación de ella, que es la democracia; y la tentación centrista, que como síntesis ideológica -"lo bueno de la izquierda y lo bueno de la derecha"- condena a un partido político a un permanente desgarro interno. Esa es la derecha a la que realmente teme la izquierda: no a la ultra -con la que tanto comparte- sino con la moderna, liberal y democrática.

Pablo Casado se ha impuesto la misión de revertir el pragmatismo y el conformismo en el que se había instalado el PP con el discurso de que sólo tocaba hablar de economía y empleo, en un ciclo de neutralidad ideológica -sucumbiendo de un sólo plumazo a las tres tentaciones antes descritas- que no ha servido ni para apaciguar a la izquierda ni para provocar su desmovilización.

Hoy toca enarbolar la bandera, que muchos llevamos reclamando hace mucho tiempo, de la necesidad de la confrontación de ideas real, entre modelos de sociedad, de justicia, de educación y de valores. Y toca hacerlo, como no puede ser de otro modo, abrazando los principios liberales. Al colectivismo que nos pretende imponer la izquierda sólo se le puede combatir con la recreación política, económica, social y cultural del liberalismo. Una terapia liberal que abra de par en par unas estructuras cerradas y anquilosadas, y libere toda la energía creadora y de progreso que atesoran los españoles. Y esta tarea debe empezar por el propio Partido Popular. En palabras del propio Casado: "No hemos llegado hasta aquí para hacer lo mismo con los mismos", toda una declaración de intenciones en aras de desburocratizar y finiquitar la nomenclatura orgánica de una organización política sin vida interna, ensimismada en sus problemas internos, y en el que los equipos y los métodos de trabajo hace tiempo que dieron todo lo que podían dar de sí. Casado ha manifestado públicamente su intención de convertir al Partido Popular en una plataforma de ideas, un concepto de partido acorde con los tiempos que vivimos y con lo que nuestro país necesita; respondiendo, además, al mandato de las bases del partido que han mostrado su hartazgo frente a las imposiciones oligárquicas y al inmovilismo que alimenta la mediocridad y la desafección, y alienta el populismo y la demagogia, reversos ambos de la democracia.

En el triple frente de desterrar lo socializante y dirigista, apostar por el poder y la fuerza de las ideas y separar las esferas de lo temporal y lo espiritual, están los cimientos para convertir al Partido Popular en la derecha liberal que introduzca un cambio radical en el funcionamiento de la política, la economía y la sociedad y articule, alrededor de las ideas liberales, una coalición social mayoritaria. Para ello, solo es necesario que se abran las puertas del Partido Popular al debate y la participación, evitando los cantos de sirena de los aduladores y los acomodados que sólo aspiran a sucederse a sí mismos y permitiendo el acceso de quienes sincera, libre y abiertamente quieran acercarse a su proyecto político como reflejo de su compromiso con ese proceso, con España y con los españoles.

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