Si esperas por Martin Scorsese, ansías que pase algo especial. Que aparezca y alumbre la genialidad.
Pero no ocurrió. Llegó diez minutos tarde a la sala del hotel de la Reconquista y entró discreto. Ni rastro de un semblante intimidatorio como el de Travis Bickle en "Taxi Driver". Una sonrisa y un cabeceo que asentía: en lugar de "¿hablas conmigo?", dijo en un gesto "os veo y os escucho". Porque los que nunca van al abismo dicen que su obra habla de culpa, de religión y de gángsters. Pero esa media sonrisa descubre que, en realidad, su historia son las personas.
