Por lo que se va sabiendo de la confección de los carteles electorales autonómicos, puede haber pasado el tiempo de los grandes saurios de la política asturiana. Parecería que un imponente meteorito hubiese sobrepasado la atmósfera y uno de sus trozos hubiera estrellado su masa rocosa sobre la superficie cristalina del lago Enol, lo hubiera desecado en su estruendo y derretido la caliza de los Picos de Europa, provocando una monumental pedrea que se habría precipitado sobre las cabezas a la intemperie de los campeones mitológicos del parque jurásico regional.
A causa del inesperado fenómeno estelar, diplodocus, pterodáctilos y tiranosaurios habrían desaparecido del mapa, no sin antes defenderse a bocados, en el último estertor de su ancestral dominio sobre el resto de especies de la fauna autonómica. Ha cambiado, de la noche a la mañana, el orden en la cadena trófica.
La sucesión llega de la mano de una generación de políticos, algunos más jóvenes, otros veteranos pero inexpertos en el arte de la caza mayor, de los cuales desconocemos aún si se encuentran suficientemente capacitados para afrontar con garantías el futuro de un territorio en proceso de descomposición y despoblamiento, sometido a frecuentes embates tectónicos.
Es sencillo augurar que el maremoto reciente alcanzará en un año o antes a las candidaturas de las próximas elecciones generales, donde aún encuentran acomodo y resguardo ejemplares achacosos del Pleistoceno asturiano, que se aferran al banquete original antes de dejar su huella fósil sobre alguna roca de la isla de La Griega.
