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Yue yue, el embrión de las ideas

Reconversión industrial al estilo de Taipei

La noche cae de sopetón en Taipei. Si no andas vivo, te aplasta. Y a la par del desplome de la luz, la ciudad sufre la invasión de unos camiones de color amarillo con dos cuernos luminosos naranja, a todo girar, que montan un belén del carajo con melodías de ayer y de hoy. Hace muchos años, yo qué sé, me remonto a los tiempos de la Primera Comunión que no oía el "Para Elisa" del genio. Todas las tardes, en pleno fragor de los deberes del cole, y apurando para no perder en la radio mi programa favorito Matilde, Perico y Periquín, mi vecinita aporreaba sin piedad las teclitas de su pianito y repetía hasta el infinito el primer compás de "Para Elisa", que jamás concluyó con éxito. Odié a la vecinita, a Elisa de Beethoven, y a los papás de la peque por su empeño en que aprendiera a tocar el piano sin reparar en los efectos colaterales, por ejemplo, la quiebra de mi ánimo. Pues esta tarde, en Taipei, nada más tapizarse de negro la ventana, como el fantasma que renace del olvido con el poderío del dragón asiático: ¡"Para Elisa"! El compás interruptus sale de cada uno de los camiones amarillos invasores. Es la hora. Revuelo en los domicilios. Prisas. Pregunté qué hacían esos camiones. Respuesta telegráfica: Espera y verás. Y lo vi, recogían la basura. Selectivamente. Supraselectivamente y con un orden impuesto por la municipalidad. Taipei era una fiesta. A mí me tocó la cola de la Basura General, confieso que "Para Elisa" me resultaba simpática en aquel contexto, una mujer de mi edad, una chavala, me dijo que le gustaría ir a España y ver corrida de toros, y yo le respondí que estaría encantado en ir a buscarla a la salida. Creo que me guiñó un ojo, pero no puedo afirmarlo a ciencia cierta, por la natural horizontalidad orientalizada de sus ojos, tan guapos y enigmáticos. En fin, como vino la patrulla Elisa, se fue, y nos dejó sin basura, con la sensación de haber cumplido con el deber ciudadano, y con el inicio de una gran amistad, lástima lo de los toros.

Tardé en conciliar el sueño. Pensaba cosas agradables. Tomar el pulso a una gran ciudad requiere años de vuelo, equivocarse es la norma. Con Taipei no ha lugar a error, su corazón de dragón lleno de salud salta delante de tus ojos. Una ciudad que ama las flores, protege y promociona el arte y los libros, respeta a las motos y a las bicis, y recicla la basura con "Para Elisa" de música de fondo.

Al día siguiente, seguimos reciclando. Bueno, según concepto tradicional de occidente, pues para los taiwaneses no existe el desecho, la basura es como la energía, que ni se crea ni destruye sólo se transforma. Y a las pruebas me remito. A finales y principios de siglo XX afincaron en la población diferentes industrias de un tamaño más que considerable. Sigamos la pista a una de ellas. Se trata de una tabacalera japonesa que dio trabajo a 1.200 operarios. Una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad. Durante los años de colonización japonesa de la isla, la Matsuyama Tobacco Plant alimentó de humo de tabaco a medio sudeste asiático. Descolonizada la isla y con visos de independencia se transforma la tabacalera en manos taiwanesas y se levanta en el mismo área la Songshan Plant of the Taiwán Tobacco and Wine Bureau. El vino le da ese alegre empujoncito a la empresa. Alegría que resistió hasta 1998. La bendita crisis del tabaco y la apuesta por la salud cerró sus puertas. Pero no para dar cobijo a ratones, sabandijas y, por la latitud, a serpientes venenosas. Eso hubiera sido lo más cómodo para las autoridades y lo más incómodo para la ciudad. Luego, vendrían las comisiones, las plataformas, las asociaciones de unos y otros, los espabilados de barra de bar amigos de la Corporación, en definitiva, una sangría de euros para que todo quede como está o peor. Ay, amigo, aquí la cosa no funciona así. ¡No se cierra una empresa, se abre otra! ¿Y de qué? Jo, échele imaginación, como ellos. Siempre mostraron los taiwaneses un entusiasmo especial por el diseño en todas sus facetas. Pues ahí la tiene: ¡una fábrica de diseño! ¿Y eso se fabrica? Coordinación, inteligencia, y buenas artes. ¿Y los cuartos? La imaginación empieza por ahí, adaptar lo que estaba, como estaba, en el mismo punto evolutivo del desconchón, no olvide que las corrientes actuales han conseguido que la arruga sea bella, lo mismo que las cicatrices del paso del tiempo en los muros de las naves principales, y los hierros retorcidos y bañados en oxido son ferralla vanguardista que no hay escultor que la supere, que la suma de lo de antes, sin retocar, con un toque de lo de ahora da como resultado la atmósfera de un tiempo sin pasado ni presente, el ideal, además, muy barato. Y ahí está, después de unos años, no muchos, se abre en Taipei la Songshan Cultural and Cretaive Park. La ciudad del tabaco es hoy la ciudad de las ideas. Y responde fielmente a los cinco presupuestos que se plantearon los artífices de la transformación: Laboratorio Creativo, Unión Creativa, Escuela de Creación, Escaparate Creativo y Centro de Creación Universal. La ciudad de Taipei vive las veinticuatro horas a base del mejor alimento: salas de exposiciones, conferencias, bibliotecas, performances, música, cine, puestos de venta, librerías, cafeterías, y todo gracias a la basura industrial que gracias a Dios aquí no es basura.

Escribo estas líneas en la cafetería-librería Yue Yue, justo a la entrada del parque, el olor a humedad desapareció, pero el embrión del tiempo se engurruña entre los libros de diseño para decir que siempre estuvo, y estará ahí: vivo.

No me queda otra, lo tengo que decir: tomemos nota.

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