Los dinosaurios no se extinguieron sólo por el efecto del impacto de un asteroide sobre la península de Yucatán: nuevos estudios apuntan a que una innumerable actividad volcánica en la India generó mares de lava que arrasaron varios cientos de miles de kilómetros cuadrados de superficie terrestre. O sea, que de la confluencia de aquellos polvos siderales y de estos lodos ígneos procede la desaparición de una monumental colección de bicharracos espeluznantes que gobernaron a dentelladas el planeta cuando el ser humano ni estaba ni se le esperaba aún, piscolabis que habría sido en la dieta de media mañana de uno de esos mostrencos jurásicos.
Algún movimiento tectónico imprevisible debe estar sacudiendo ya el subsuelo de esta región como para hacer desaparecer del mapa electoral a una generación completa de legendarios saurópodos. Lo estamos viendo y lo seguiremos presenciando en las próximas semanas, cuanto más se aproxime la campaña electoral que se avecina en el parque de atracciones de esta región, que es cretácea y gerontocrática.
Como esta Asturias política está abonada a la teoría del caos, es probable que, como en el caso legendario del meteorito y los volcanes, el cambio climático de cromos del álbum electoral que sobreviene responda a la coincidencia de factores divergentes y no relacionados entre sí, como cuando el aleteo de una mariposa en Sri Lanka es capaz de provocar un huracán en Estados Unidos. Una mosca detrás de la oreja de Pablo Casado extinguió las aspiraciones de Mercedes Fernández y permitió un salto en la evolución popular que hiciera emerger de las entrañas carboníferas a la candidata allerana. De igual forma que el merodeo de una polilla alrededor de una lámpara encendida en Moncloa puede desencadenar el apagado definitivo de las térmicas.
