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El juego de la incertidumbre

Al tiempo que los partidos ofrecen pocos argumentos para captar a los indecisos, estos decantarán su voto casi a ciegas en medio de un clima de duelo entre izquierda y derecha

La campaña electoral oficial comienza en una situación paradójica. Se da unanimidad en el pronóstico sobre el ganador, sin embargo todo son cábalas en torno al próximo gobierno. Estas elecciones pueden definirse de muchas maneras, un duelo entre la derecha y la izquierda, el eventual advenimiento de la ultraderecha, un acto de afirmación del nacionalismo español frente a los separatismos, un plebiscito sobre Pedro Sánchez, pero el interés en ellas estriba no tanto en ver la distribución del voto o cuál es el partido hegemónico en cada espacio electoral, que también, sino en la composición del Congreso con vistas a la posterior formación del ejecutivo. Dependiendo del reparto de los escaños y de la disposición de los partidos, este trámite se prevé problemático, como lo fue en 2015. Las declaraciones de los candidatos al respecto provocan recelo en los españoles, que manifiestan preferencias muy diversas.

Las encuestas difieren en el detalle, pero coinciden en lo esencial. El triunfo será para el PSOE, el PP y Podemos sufrirán pérdidas importantes, Ciudadanos no alcanzará su objetivo y Vox tendrá un grupo parlamentario bien nutrido. Esta será una de las dos principales novedades de la legislatura. La otra vendrá de Cataluña, donde se atisba una victoria contundente de ERC sobre el PDeCAT, su primer rival, con lo que podría abrirse paso la posibilidad de un tripartito de izquierdas. El PSOE, hundido en la peor crisis de su historia hace un año, sería de repente el gran beneficiario del desplome de Podemos, recuperando un volumen importante de los votos fugados en 2015. Su mayor éxito táctico en la precampaña es haber logrado desentenderse de la cuestión catalana. La oposición no le ha puesto en grandes aprietos, en especial entre el electorado moderado. El PP sufre un desgaste que Pablo Casado solo ha conseguido agravar con su deriva aznarista. El crecimiento electoral de Ciudadanos está frenado por una estrategia que no permite a sus potenciales votantes identificar con claridad el posicionamiento político del partido. Vox es la novedad que sirve ahora a los votantes de la derecha clásica para expresar su particular enfado, en desacuerdo con la reciente evolución política de España, pero su progresión tiene un límite.

Esta es la parte más visible del mapa electoral. Otra parte se refleja en el elevado porcentaje de indecisos de los sondeos. Según los datos del CIS, el 28 de abril habrá mayor afluencia a las urnas que en las últimas convocatorias, pero casi la mitad de los votantes duda entre dos siglas y aún no ha fijado su voto. La indecisión afecta por igual a los votantes de todos los partidos. Lo mismo ocurre con la infidelidad, exceptuando al PSOE. En esta ocasión los votantes socialistas se muestran más leales, mientras se produce un trasvase cuantioso de votos entre los partidos que disputan el espacio electoral de la derecha. La indecisión y la volatilidad vuelven a ser las pautas que marcan las tendencias electorales.

La ampliación y la confluencia de la oferta electoral contribuyen a ello. Compiten más partidos y los más cercanos a la mayoría de los electores no proponen opciones claras y diferenciadas. Los grandes partidos rebajan las coincidencias en su discurso y guardan silencio sobre los asuntos que los comprometen y pueden tener un coste electoral. Además, el elector debe realizar cálculos complejos sobre el efecto que tendría su voto en muchas circunscripciones pequeñas y hacer conjeturas sobre las múltiples posibilidades que seguramente habrá a la hora de componer el gobierno, todo con la "ayuda" interesada de los partidos. En estas elecciones, hasta de las encuestas se está abusando para decantar el voto.

Los partidos están ofreciendo pocos argumentos que puedan captar la atención y el interés de los electores. Las promesas, broncas y gestos de los candidatos confunden y disgustan a los votantes, que quieren juego limpio. Con la experiencia acumulada desde 2015, y vista la incapacidad de los partidos para presentar un panorama despejado, los españoles dan señales de sentirse políticamente cansados y perplejos. Los candidatos se comportan como era previsible, pero no cumplen con su papel, vociferan, callan o vetan cuando debieran rendir cuentas, explicar y aportar soluciones. Los electores, salvo los fijos, no saben qué hacer. Los votantes devuelven a los partidos el escaso empeño que ponen para resolver los problemas del país en forma de indecisión electoral y así cualquier cosa es posible. La democracia española parece estar huyendo de sí misma.

La campaña electoral es la última oportunidad que tenemos antes de votar de poner las cosas en su sitio, es decir, de mantener un debate riguroso y serio sobre los grandes asuntos pendientes, que esperan desde hace mucho tiempo. El calendario no es el más propicio: el lunes de la semana siguiente se publicarán las últimas encuestas y el día después se celebrará el único debate televisado entre los candidatos. En las últimas jornadas de la campaña los partidos dispondrán de sus sondeos, pero los electores se encontrarán completamente a ciegas. Así estarán obligados a tomar una decisión compleja y trascendental para su inmediato futuro. A pesar de todo, es seguro que lo harán.

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