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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Turismo de experiencias

Asturias intenta adaptarse al cada vez más exigente viajero del siglo XXI

Hace apenas unas décadas, cada mañana a los ocho en punto acompañaba a mis primas a la estación de Renfe. Recibíamos al expreso de Madrid y a sus viajeros, aún con la cara desencajada de no haber pegado ojo, al grito de "habitación, habitación", ofertando "matrimonio, sencilla o doble". Buscábamos lo que entonces se llamaban posaderos. Se trataba de visitantes que, bien porque los pocos hoteles de entonces estaban llenos o bien porque no se los podían permitir, buscaban alojamiento familiar.

No era Airbnb, pero se parecía mucho; al fin y al cabo, se trataba de economía colaborativa, aunque ignorábamos que se llamara así. A cambio de un módico precio, los posaderos se instalaban en una habitación libre de la casa, mientras que la familia al completo nos amontonábamos en un único cuarto. Compartíamos los servicios comunes y de la convivencia salieron grandes amistades. Éramos niños neorrealistas italianos antes de que la crítica convirtiera aquellas historias míseras en obras maestras.

Ante la inminencia de la Semana Santa, los periódicos no han parado de publicar noticias referidas al turismo, parte esencial de nuestra economía. Los nuevos turistas ya no se conforman, como nuestros posaderos, con dormir con una mantita en agosto, comer fabada en pleno verano, asombrarse ante la faraónica Laboral, respirar las esencias provincianas en la "pajarera" de Corrida o pasear por la entonces impoluta playa de San Lorenzo. No, los nuevos turistas son muy exigentes, quieren -exigen- experiencias.

Nosotros tenemos experiencias para parar un AVE. Ya está a punto de ser una realidad la oferta de acompañar a los pescadores a faenar; sentir en nuestras carnes la ruda lucha contra la mar, ponernos por una noche en la piel del capitán Akhab, aprender de una vez por qué el pescado no es tan caro. La Prensa también ha hablado de la posibilidad de abrir rutas mar a dentro, a una distancia de entre 10 o 20 millas de la playa. Allí se encuentra esa gran autopista marina por la que circula "todo lo que va de África a Inglaterra". Delfines como Flipper, ballenas como Moby Dick, orcas como la de "Liberad a Willy", tiburones como el de Spielberg, págalos que se alimentan de lo que vomitan las gaviotas (acabo de verlo en Google), alcatraces expertos en vuelos en picado a lo kamikaze, capaces de bucear hasta dos metros bajo el agua. Ríete tú del "National Geographic".

Por no hablar de las experiencias escalofriantes que ya ofrecemos y de las que aún podemos sacar más tajada: Viva usted su viaje al centro de la tierra, como el joven Axel de Julio Verne, a través de los kilómetros y kilómetros de galerías de nuestras minas. Levántese de madrugada para catar las vacas en una de nuestras bucólicas casas rurales. Vuélvase diestro con la fesoria y deslumbre a sus amigos con las ampollas más descomunales que jamás hayan visto. Vaya un agosto a la hierba y vuelva a Madrid con la tez curtida y una tableta que para sí quisieran en el "fitness". Y, hablando de deportes, ya tenemos disponible la iniciativa "Lánzate al Sella", para rememorar el descenso cualquier día del año. ¿Que usted lo que quiere sentir es cómo la bici va para atrás intentando subir a los Lagos o al Angliru? Asturias es su destino.

No se descartan ideas nuevas. ¿Por qué no sentir el calor y el sudor -no hay sauna que lo iguale- en los altos hornos en Arcelor? Al fin y al cabo, el ocaso de una industria es tierra abonada para el turismo de experiencia. Y a nosotros no nos gana nadie en industrias decadentes.

El futuro pasa por los servicios, por el turismo y el turismo por la experiencia. Asturias es una gran experiencia desde que el tren cruza Pajares -con la posibilidad de quedarse atascado en uno de los 63 túneles-, batiendo el récord de pagar los peajes más caros de España en el Huerna, o intentando aterrizar en un aeropuerto semi clandestino, como el de "Casablanca". Pongamos el cebo que el turista pica fijo, pero, eso sí, luego no vale quejarse del turismo de masas, que nunca estamos conformes.

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