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Atrapados en el pasado

Las orillas entrelazadas de la Hispanidad

Aunque octubre se llame a sí mismo octavo por aquello de su origen romano, realmente es el décimo de nuestro calendario. Es el mes otoñal por excelencia, el de los colores de un bosque que antes de morir ofrece sus mejores galas vestido de amarillos, dorados, rojos y marrones.

Entre nosotros es el mes de la "Fiesta Nacional" que conmemora con todos los peros que quieran ponérsele un acontecimiento brillante: el encuentro "entre dos mundos", el hallazgo de América al buscar un camino más corto a las Indias. La gesta que culminara Cristóbal Colón, promovida por los Reyes Católicos, arribando a la caribeña Guanahaní el 12 de octubre de 1492, fue el arranque de la modernidad, de descubrimientos y conocimientos nuevos para una Tierra que se hizo global, convirtiendo a la monarquía hispánica en el mayor imperio de todos los tiempos.

La Ley de la Fiesta Nacional de 1987 dice textualmente que "la fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos".

La corona española estuvo presente en América más de tres siglos, que se dice pronto. De ahí que lo de Hispanoamérica tenga sentido cierto. Frente al desarraigo creciente respecto al pasado común y al indigenismo militante actual, presentista, aquel fue un "imperio más generador que depredador". Hubo excesos, abusos, expolio y crímenes; las guerras de conquista son así. Lo fueron sobre territorios violentos, de enfrentamientos internos, ajenos al idílico pacifismo inventado. Las guerras interiores favorecieron el camino de los conquistadores. Entre los que fueron hubo bandidos y también defensores de los derechos indígenas; y leyes protectoras de la corona; hubo quienes se preocuparon de conocer las lenguas amerindias, recogerlas y sistematizarlas. Fueron los frailes, misioneros de distintas órdenes, los que identificaron las casi mil quinientas lenguas y las 176 familias lingüísticas. Así "evangelizaron" y entendieron el nuevo mundo. El español, lengua del imperio, acabó imponiéndose, pero el sincretismo sigue vivo. Lo confirma la Asociación de Academias de la Lengua Española desde 1951.

Se esquilmaron muchos recursos, pero se levantaron ciudades y pueblos, catedrales y palacios, universidades y escuelas. Hubo mestizaje incentivado y consentido. Hispanoamérica nunca fue solo una factoría para la metrópoli, fue parte del territorio de la monarquía. Las riquezas de América reforzaron el poder real, pues allí no tenía que templar gaitas con los derechos históricos que sí había en los reinos peninsulares. Virreinatos, audiencias, capitanías generales, cabildos y hasta la Iglesia se sometían a la corona que utilizó los bienes para sus guerras. Pero hasta la históricamente maltratada reina Isabel I recogía en su testamento: "Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien". Las Leyes de 1542 les nombró súbditos libres. La lejanía favorecía los agravios de los ambiciosos. En el siglo XVIII la reforma de la administración en aquellas tierras pretendió ponerles coto. Se crearon los nuevos Virreinatos de Nueva Granada y Río de la Plata y otras subdivisiones, sumados a los anteriores de Nueva España y Perú. De ultramar no solo vinieron oro y plata, llegaron frutos que mitigaron el hambre en España y Europa. Baste citar el maíz, la patata, el cacao o el tomate, algunos aclimatados al viejo continente. Y leyendas. Y costumbres. Y música y arte. La fuerza social de los criollos fue en aumento y se formaron los primeros movimientos a favor de la emancipación.

Cuando la España ocupada se debatía en la guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica se elaboró la primera Constitución Española de 1812. El primer artículo establecía que "La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios". Y eran españoles "Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos". El liberalismo de los constitucionalistas gaditanos declaraba, como principio fundamental, que la "Nación Española" era libre e independiente y "no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia o persona". En su redacción participaron al menos 37 diputados de las divisiones americanas. Serían pocos, pero ¿qué imperio haría tal cosa? Muchos se incorporaron a su vuelta a la causa independentista.

En la coyuntura extrema de la guerra se fraguó allá el primer experimento serio de república libre: la Gran Colombia, proclamada hace 200 años, en 1819 en el Congreso de Angostura (Ciudad Bolívar desde 1846) el lugar donde el mítico Simón Bolívar se quedó señalado Libertador. En la ciudad venezolana, a orillas del río Orinoco, se dio un espaldarazo a la separación. Antes se habían redactado textos constitucionales en Haití (1801), Venezuela (1811), Quito (1812) y México (1814), siguiendo los referentes de Norteamérica (1787) o de Francia (1791). El proyecto de la República de la Gran Colombia, presidida por Bolívar, integró la mayoría de los territorios de las hoy Colombia, Panamá, Ecuador y Venezuela, además de algunas otras zonas. Dos años después, en Villa Rosario de Cúcuta (Colombia) se redactó la Constitución del sueño que finalizaría hacia 1830. Las primeras leyes fundacionales de independencia y las que siguieron, redactadas por criollos ricos y cultos, tuvieron en cuenta los principios de "La Pepa", se escribieron en español, que fue idioma oficial de los nuevos estados ("una nación, una lengua"), y fueron confesionales por la relevancia de la Iglesia.

La pobreza extrema dejada por la guerra en España y el reinado errático de Fernando VII, que no supo ni quiso hacer las reformas necesarias y defraudó a propios y extraños, aceleraron los movimientos separadores e impidieron una respuesta de la monarquía ante el desafío. Las tropas "patriotas" quedaron aisladas a su suerte frente a los "independentistas". Entre la revuelta de Chuquisaca (Bolivia) en 1809 y la batalla de Tampico (México) en 1829 pasaron 20 años de enfrentamientos en aquel vastísimo subcontinente. España, mirándose al ombligo en un siglo XIX en el que le costó guerras civiles carlistas "construir su propio Estado", no tuvo tiempo para llorar la desunión de sus posesiones, aunque el dolor acumulado brotaría en 1898 cuando Cuba y Filipinas, las últimas, se fueron. Plantando cara a lo inevitable, en 1836 se reconocía como estado a México, siguieron Ecuador (1840), Chile (1844), Venezuela (1845), Bolivia (1847), Costa Rica y Nicaragua (1850), República Dominicana (1855), Argentina y Guatemala (1863), Perú y El Salvador (1865) y Uruguay (1870). El restaurador Cánovas del Castillo firmaría tratados con Paraguay (1880), Colombia (1881), Honduras (1894) y Panamá (1904), independizada ya de Colombia. Esta retahíla no es baladí, sirve para valorar la magnitud de "lo perdido". Podríamos hoy "salir a caminar por la cintura cósmica del Sur" (y del Norte) pasando por ciudades llamadas Oviedo o Córdoba, Santander, Guadalajara, Madrid, Toledo, Murcia, Barcelona, Cádiz e incontables más allá en la otra orilla, a veces más conocidas que las de acá.

España e Hispanoamérica continuaron sintiéndose muy próximas porque hablar la misma lengua, pensar con vivencias comunes, conocerse tanto durante tanto tiempo, llevó a sellar prontas amistades. La idea de festejar la Hispanidad arraigó, casi se forjó al otro lado del Atlántico. Hoy, el presentismo invade con fuerza el pasado que, desconocido, despreciamos. Rescatamos aquello que sirve a nuestros fines inmediatos y a nuestra efímera ideología. Resucitan las viejas rencillas ancladas en tiempos lejanos o más cercanos y convulsos. Tal vez, como sostenía el cubano-español Rafael María de Labra (1840-1918) haya "necesidad de conocer la obra realizada por los gobiernos españoles y americanos para la inteligencia y franca comunicación de los Pueblos de allende y aquende el Atlántico". Esta España, que ve centrifugarse su propio suelo, bien haría tejiendo lazos inter y extra peninsulares. Feliz Fiesta Nacional.

[Antonio Muñoz Machado. "Hablamos la misma lengua". Crítica, 2017; Rafael María de Labra. "Las relaciones de España con las repúblicas Hispano-americanas". Madrid, 1910 (acceso libre)].

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