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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

La edad solidaria

La solidaridad envejece, dice el periódico al valorar que de los 727 voluntarios de Cruz Roja en Gijón casi un centenar supera los 65 años y más de la mitad ya ha soplado al menos las cincuenta velas. No cumple años la solidaridad, sino el conjunto de la población. El envejecimiento laboral, cada vez más temprano pese al decaimiento de la caja de las pensiones, no es sinónimo de pérdida de fuerza y entusiasmo y sí sobre todo de ganancia inmensa de tiempo libre.

Muchos jubilados entregan su disponibilidad temporal, en ocasiones un caudal irrefrenable, de manera altruista a entidades como Cruz Roja o Cáritas, donde la mies es mucha y hacen falta brazos. Sin esa ayuda, llegar a donde la solidaridad llega sería labor muy ardua.

Cierto que los voluntarios mayores que cuidan de personas de su edad o de más años aún tienen que aprender, en ese desempeño que exige esfuerzo físico permanente, a cuidar también de sí mismos. Pero lejos de que la voluntariedad veterana se llene de achaques, lo cierto es que ese trabajo social desinteresado rejuvenece y resta años de encima.

Alguna Navidad, en vacaciones, he ayudado a mi madre, octogenaria, y sus compañeras de equipo en su labor abnegada de entregar alimentos y ropa a los más necesitados de mi pueblo, desde la oficina parroquial de Cáritas, la mañana de Nochebuena. La voluntaria más joven supera con creces los sesenta, pero el ambiente de humanidad que se respira entre esas cuatro paredes llenas de cajas de reparto es tan juvenil como el cántico de un villancico. En aquel lugar yo era el más joven con diferencia, pero en empeño solidario y cuestiones del alma, el viejo era yo.

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