Tan importante como frenar el despoblamiento de las alas de la región es reconocer y reforzar la validez incuestionable del área metropolitana del centro -y epicentro- regional. Por contradictorias que parezcan ambas políticas -alguien podría cavilar que reforzar las urbes más pobladas supone firmar el acta de defunción de las zonas rurales-, el desarrollo metropolitano puede resultar beneficioso para el resto de la comunidad autónoma.
Se trata de una decisión de calado: la ordenación del territorio como herramienta al servicio de las políticas para frenar el despoblamiento. E indudablemente esa decisión incumbe exclusivamente al ámbito de lo político: compete a la Administración regional y a las corporaciones locales explorar caminos de consenso para alcanzar el objetivo. Sobran los localismos y los perjuicios cantonales, las envidias y los resquemores. Falta altura de miras para reconocer el beneficio general frente a los particularismos. Y catadura para reconocer el valor de lo ya andado, cuando se obvia por perjuicios partidistas o disensiones dentro de las propias filas.
Por pura lógica, no es lo mismo presentarse en Bruselas con el aval metropolitano de un territorio de 800.000 habitantes que llamar a la puerta del funcionario europeo de turno como alcalde de un municipio asturiano por grande que sea. En el primer caso, es probable el acceso a ayudas para áreas urbanas; en el segundo, lo más seguro es encontrar esta respuesta: "Vuelva usted mañana", que en tiempos comunitarios puede suponer el siglo que viene.