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El cura de Barros

El perfil de un sacerdote del pueblo

Años ha, los cambios en los nombramientos de parroquia no eran tan frecuentes. Las estancias de los párrocos tenían casi carácter permanente, fruto de los antiguos "concursos a curatos", que así se llamaban las oposiciones a parroquias, el último en el año 1960 que resultó cataclismático, convocado por el arzobispo D. Segundo García de Sierra, y fruto también de la convicción de que el trabajo pastoral para ser eficaz necesitaba tiempo, como la siembra de las semillas en el campo. Esto hacía que los curas se identificaran con los pueblos. De tal manera, que cuando se tenían que reunir para celebrar funerales, fiestas, de una u otra parroquia se denominaban por el nombre de la principal que regentaban. Así si la fiesta o funeral eran en Moreda pues asistían: Caborana, Nembra, Piñeres?. José Manuel o Manolo, como le se conocía familiarmente, era Manolo-Barros, o Barros simplemente, parroquia que se le asignó en ese último concurso y en la que estuvo casi cincuenta años, hasta que una modalidad de esa rarísima pero destructiva enfermedad del alzheimer que le dejó sin memoria le obligó a retirarse a la Casa Sacerdotal, primorosamente cuidado allí con la colaboración de su hermana Tere.

Manolo-Barros era natural de Piñeres, donde había nacido en el bisiesto 29 de febrero de 1928. Ordenado sacerdote estuvo seis años de coadjutor de Moreda, en la escuela de aquel gran párroco que fue D. Custodio, que dejó huella honda en su vida sacerdotal. Trasladado a las cercanía de Oviedo, en Ferreros y Pereda, dio el salto por concurso a la cuenca del Nalón, a la parroquia de Santa María Magdalena de Barros, entonces creciendo demográficamente por la industria de carbón y hoy muy diezmada, como sucede en las Cuencas. De carácter abierto, simpático, con esa picardía allerana, sin acepción de personas, hablador y comunicativo, muy trabajador, imaginativo, muy unido a sus "pozaricos" (gentilicio de los de Barros) en la alegría y en las desgracias, en las fiestas y en las huelgas? tanto, que al final le dieron el premio de la Fundación Marino Gutiérrez de los derechos humanos, y el homenaje popular que quedó grabado en la placa que le dedicaron. Levantó la nueva iglesia, al encontrar la antigua casi destruida. Y sobre todo, fue famoso por su Hoja Parroquial, "Tu Parroquia" que publicó, unida a la diocesana "Esta Hora" desde 1965 al 90, donde tenía una sección "Coses que pasen", llena de ingenio y sabiduría popular, que le retrata muy bien. Célebre como el sol, llevaba siempre consigo una libreta para apuntar lo que se le ocurría y que podía tener sitio en su "hojina" que tenía como principal colaboradora de su ministerio. Decía: "Donde no entro yo, entra la Hoja y algo quedará". Tenía facilidad para escribir y se asomó también a estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA para llamar la atención sobre la situación tantas veces conflictiva de la minería asturiana.

Hombre de corazón grande, tenía en alta valoración la amistad. Fiel a un grupo de curas amigos, que los domingos por la tarde, tan solitarios para el clero, se juntaban a pasar la tarde charlando y jugando con los naipes de D. Heraclio Fournier, fue muy cercano a los compañeros del arciprestazgo. Fue una sorpresa cómo le atrapó esa temida enfermedad que te aleja de todo y de todos y te envuelve en un no saber cómo entenderle y hacerte entender. De todas formas, el no perdió su buen talante. Nos deja a punto de cumplir los noventa y dos años, este año bisiesto los cumpliría y con el recuerdo entrañable de un cura que se esforzó por dar en un ambiente un tanto alejado por la sociología que todos conocemos la mejor imagen de la Iglesia por testimonio de palabra y por escrito y, sobre todo, del obrero que fue Jesús, el Señor.

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