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Javier Cuervo

Uy, sí, el de los chistes

El humor a costa del exministro más curtido del joven Gobierno de Felipe González

-Uy, sí, Morán, el de los chistes, jaja.

Y a enseñar las mellas de la risa.

Fernando Morán era el viejo del joven Gobierno socialista, un tío culto, curtido y "repunante". No fue halagador para el ministro de la raya y la pajarita diplomática entrar en el universo de Jaimito, de Quevedo y del noble pueblo de Lepe.

Aunque Morán pudiera ser un ministro de los más conocidos -es decir, del que se recuerda el nombre y se le relaciona correctamente con la foto-, no se sabía gran cosa, como para hacer ex profeso chistes ad hominem, del diplomático avilesino, rico de por casa, "bustélido" por matrimonio, licenciado en Derecho y Económicas, director general de Política Exterior para África y Asia Continental, marxista de Tierno y escritor apreciable.

Uy, sí, Morán. El de los chistes, jaja.

Cada día se achacaba un chiste a Morán adaptándole uno de polacos, se injertaba uno viejo en la figura severa del ministro de Asuntos Exteriores, cejudo, ceñudo, ojeroso, hosco y vestido con más severidad que el resto de cuarentones del Gobierno.

Morán llegó a escribir que los chistes habían sido una campaña de la CIA y eso fue recibido como un chiste porque así es el bucle del humor, ese que hacía que los espectadores se rieran en el deprimente inicio de "Stardust memories" cuando aparecía Woody Allen. Achacar a la CIA la campaña de desprestigio era un viejo resabio marxista y una forma de darse importancia.

Los chistes de Morán fueron una gilipollez nacional necesaria porque el primer Gobierno de Felipe González tuvo tantos votos y tanta fe y una oposición tan desarbolada -fue tan invulnerable- que la sociedad se defendió con Morán, el de los chistes, el ministro que metió a España en la Comunidad Europea y la razón por la que los periodistas y delegados cantaron el "Asturias, patria querida" cuando se anunció el ingreso.

Luego vino el referéndum de la OTAN y ya no hicieron falta los chistes sobre Morán para chinchar al Gobierno, ni hizo falta Morán en el Gobierno, porque recelaba de la Alianza Atlántica y carecía del entusiasmo atlántico del felipismo embelecador, que perdió la gracia en una consulta popular.

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