La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

El orgullo patrio

La falta de apego a los símbolos españoles propicia la exaltación de la identidad regional

Una epidemia de patriotismo local se extiende por la Península a la velocidad del coronavirus. En la misma medida que se esconde el orgullo de ser español, crece la exhibición de amor propio hacia lo que se llamaba despectivamente la patria chica. El orgullo de ser andaluz, gallego o asturiano -no digamos ya catalán o vasco- está sustituyendo al patriotismo español, tan corrompido por el franquismo. España sufrió una crisis de autoestima con el llorado 1898, pero la recuperó sobre todo en la II República. La dictadura alentó un patriotismo nacionalista a su medida, lo que provocó un miedo al españolismo en la transición, que se transforma en desprecio en estos tiempos de la llamada segunda transición.

Son muchos los síntomas del nuevo virus, que unos observadores califican de neumonía nacionalista, y otros de mero resfriado localista. El caso es que nuestros líderes autonómicos están preocupados por no quedarse atrás en esta nueva oleada de afirmación de lo más próximo.

Sin ir más lejos, el presidente asturiano, Adrián Barbón, anunciaba con contundencia la pasada semana que pretende "recuperar el orgullo de ser asturianos, porque esa carencia nos debilita". Es tan necesario que será una de las prioridades de su gobierno, según sus propias palabras,

Aprovechando que Andalucía celebraba el 28 de febrero su día, el presidente autonómico, Juan Manuel Moreno, hizo la declaración más ilustrativa de lo que está sucediendo: "Desde que soy presidente soy un activista andalucista, es mi obligación".

No se sabe si el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, es activista galleguista por obligación o por devoción. Como buen gallego, no se sabe si va o viene, si sube o si baja. Lo que sé es cierto es que en los primeros actos de su precampaña electoral ha minimizado hasta la invisibilidad las siglas del partido español al que representa -el PP-, y que su campaña está basada en algo así como "Galicia first".

En estas inocentes -o tal vez no- coincidencias, hay un punto común. El interés. Ninguno habla del desinteresado y sincero amor a la patria. Barbón hablar de recuperar el orgullo de ser asturianos, "porque creo que es uno de los elementos que más nos debilita". Es decir, para ser más fuertes. Juan Manuel Moreno ha sido mucho más explícito: "es lo que toca". Y toca porque la competencia está en los partidos que se han apropiado del patriotismo local y porque ser nacionalista renta.

Lo de Feijóo, como todo lo gallego, es muy complicado y hasta tiene un toque esotérico. Está por encima de su propio partido. Viene de atrás, de Fraga, patriota donde los haya, convencido españolista y galleguista -a ninguna de las dos cosas le ganaba nadie-, en cualquier caso patriota y nacionalista, que demostró que se puede ser de derecha y nacionalista como Pujol y sus sucesores, e incluso algo castristas si viene al caso,

Si a País Vasco, Cataluña, Asturias, Andalucía y Galicia sumamos las aspiraciones de León, el Teruel y Soria que también existen, el valencianismo de Ximo Puig o el balearismo de Armengol, tendremos un nuevo mapa de España. Lo realista sería que en la cartografía España se limitara a Madrid, y lo demás, tierras conquistadas por sus propios habitantes.

El editor y crítico literario Ignacio Echevarría supo explicarlo con clarividencia en "El Cultural" la pasada semana. Echevarría reflexionaba sobre cómo, por primera vez en la historia, la generación de los niños de la guerra -Ferlosio, Marsé, los Goytisolo, etc.- desterraron todo símbolo de la "españolez". Y con ellos, la izquierda, históricamente españolista e incluso internacionalista, abjuró del patriotismo hispano, por considerarlo franquista. Se preguntaba el crítico si esta saludable insensibilidad de tantos españoles hacia los símbolos y distintivos patrios no ha favorecido, en definitiva la fervorosa adhesión a los propios de los nacionalismos periféricos. El crítico concluía que esta explosión de nacionalismos provocaba a su vez un renacer del más rancio nacionalismo español. Y yo me pregunto: ¿tan necesario, tan acuciante, es el orgullo patrio que no sabemos vivir sin él?

Compartir el artículo

stats