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Chus Neira

Crítica / Música

Chus Neira

Jazz en la nube y en tiempo real

El lenguaje del jazz consiste, principalmente, en desplazar el espacio (tonal) y el tiempo para ensanchar los límites de lo previsible. Es el ascensor del que hablaba Johnny Carter. Uno se mete en él sobre la marcha, con la única certeza de caminar guiado por la voluntad del explorador. El viaje es el camino o, por decirlo con las palabras que utilizó Chick Corea para presentar su concierto del sábado en el Campoamor, no se trata de hacer, sino de "intentar". El jazz, pues, es tentativa, y en su versión más canónica se sirve del formato de trío, donde a un instrumento armónico, el piano en este caso, se le suma una base rítmica, bajo y batería, que ponen los cimientos sobre los que levantar toda la arquitectura. El público que llenó el Campoamor el sábado tuvo la oportunidad de escuchar a los mejores en ese trabajo. Ver cómo lo hacen Christian McBride y Brian Blade encima de un escenario deja casi en anécdota que estén acompañando a una leyenda, como era el caso. Pero no. Los tres, tomados como conjunto, como el grupo "Trilogy" con el que se bautizan, logran, con instrumentos acústicos, elevarse a esa singularidad que promete la tecnología en estos tiempos. El final de su abordaje del clásico de Monk "Trinkle Tinkle", con el que cerraron la primera parte del concierto, fue música en tiempo real, tres cerebros conectados a la misma nube capaces de poner el acorde, el acento, el silencio en el sitio del otro, como si la mano de Corea golpeara el bombo de Blade o un gesto de McBride soltara un grave en la mano izquierda del piano. Hacía falta estar allí para creerlo.

Corea puede ser muchos músicos porque ya ha asumido ese travestismo musical a lo largo de su larguísima carrera, pero uno sospecha que su versión óptima es la que viaja con McBride y Blade. Encima del escenario eran como un signo de exclamación a los enunciados del pianista con los papeles cambiados: Blade es el estilizado trazo rectilíneo y McBride el punto gordo que remata el estallido, la pegada. El batería decora con los rudimentos rítmicos el groove del contrabajo. Eran el gordo y el flaco puestos al revés y levitando. Por eso, aunque el trabajo es del trío, la capacidad de descolocarse y mover las cosas hacia otro lado estuvo más en ellos dos que en el solista. En especial en la primera parte. En un clásico como "In a sentimental mood" creo que Chick Corea se dejó llevar por el vicio de la prisa, como si fuera en playeros por encima de las notas. Es lo que tiene la facilidad y no atarse la mano a la espalda. Pero McBride, que aquí sacó el arco por primera vez, fue más certero en el solo a la hora de profundizar en la extrañeza de la arquitectura original de la composición de Duke Ellington.

La segunda parte del concierto, con más latin, cadencia rumbosa, misma complicidad y epifanía dentro del escenario, se alejó un poco más de la estructura formal del jazz. No se sucedieron tanto melodías, solos y breaks de batería, sino un profundizar en el lenguaje de ser tres en uno, con composiciones propias que se estiraban en deliciosas codas y donde Corea y McBride extremaron el juego de pregunta-respuesta entre el piano y el contrabajo. El supuesto mensaje para Scarlatti, un entretenimiento free de ruidos y texturas, fue menos interesante que los momentos en que el trío se aproximó a las expresiones atonalistas de la tradición de la música clásica del siglo XX con el pretexto de una sonata. También "Fingerprints", la despedida, fue otra cima de triple estado de gracia. Sé que el bis de "Blue Monk" (curioso tanto Thelonius y tan poco Miles en esta noche) gustó en general al público, coreando las melodías que Chick Corea dictaba desde el piano, aunque uno hubiera deseado, dado el compositor y la pieza, menos carcajada y más cerebro en la traca final. Cuestiones menores, en todo caso, después de escuchar a los titanes haciendo música. Perdonen la osadía.

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