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La Pasión de Penderecki

Sobre el compositor polaco recientemente fallecido

El compositor y director de orquesta polaco Krzysztof Penderecki, fallecido hace unos días en Cracovia, se entregó con denuedo, en su juventud, a la música sacra como un acto de rebeldía frente al establishment comunista de su país natal, en el que proclamarse católico era condenarse a sí mismo al menosprecio, la proscripción e incluso la persecución. Pero él como si nada: por encima de todo, la libertad. Solo faltaba.

Como ya se ha recordado en los obituarios que le han sido dedicados durante la semana pasada, su obra ha sido ingente e importante. En este periódico se lo ha calificado de "príncipe de los compositores de vanguardia", "músico esencial", "uno de los grandes nombres de la música de nuestro tiempo", y hemos sabido por este medio también que fue precisamente en Oviedo en donde concluyó su "Octava sinfonía". Desde la concesión del premio "Príncipe de Asturias" 2001, Penderecki no había dejado de estar en contacto con nuestra región y con sus instituciones musicales.

He de confesar que aprendí lo que era un "cluster" (racimo) con Alfredo de la Roza Campo, maestro de capilla de la catedral de Oviedo, devoto de Penderecki y, en particular, de su "Passio et Mors Domini Nostri Iesu Christi secundum Lucam", que he escuchado con religiosa veneración en estos días de la llamada Semana de Pasión. Lo del "cluster" era porque los "racimos de notas" forman parte profusamente del paisaje sinfónico de Penderecki al igual que los de uvas en el valle bíblico de Escol.

Dicen que el relato más antiguo de la Pasión de Cristo es el que se encuentra en el Evangelio según san Marcos. Algunos exegetas sostienen que este Evangelio fue pensado como un prólogo a la Pasión, para explicar quién era aquel que murió en la cruz y el porqué de su condena. El autor habría antepuesto a una narración existente de la Pasión de Jesús los recuerdos de las enseñanzas y milagros del Maestro, tal como se conservaban y transmitían en las comunidades cristianas. Y los otros evangelistas, al menos san Mateo y san Lucas, se habrían inspirado, cuando tuvieron noticia de ella, en la obra de san Marcos.

Cuando escribió el relato de la Pasión, san Lucas introdujo algunos pasajes que no figuran en los otros Evangelios, con los que pretendía conmover al lector, suscitando en él sentimientos de compasión, y, de este modo, acabara dándose golpes de pecho, como la multitud que presenció la crucifixión; o llorando, como las mujeres que acompañaban a Jesús en la "via crucis"; o arrepintiéndose y pidiendo perdón, como el buen ladrón. Su Evangelio no era solo para informar a lectores curiosos, sino para incorporarlos a los acontecimientos referidos y para que creyesen, con todo su ser, en Jesús Crucificado.

Y así como el evangelista quiso involucrarlos en la narración, también Penderecki intentó que no solo el oyente, sino también la humanidad entera estuviese presente en el acto más importante de su historia: la pasión y muerte de Jesucristo. "He buscado expresar no solo los padecimientos y la muerte de Cristo, sino la crueldad de este nuestro siglo también", escribió Penderecki, poniendo lo acaecido en Auschwitz como un ejemplo de sufrimiento ilimitado.

El grito de la humanidad se escucha en el "Deus meus, respice in me" de la primera parte del oratorio. Jesús dirige su súplica angustiada al Padre en el Huerto de los Olivos. Suda como gotas de sangre, que caen en tierra. Un ángel trata de confortarlo. Penderecki introduce aquí el salmo 21 (22): "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? ¡Dios mío! Clamo de día, y no me respondes".

Y luego, el salmo 5: "Apresta el oído a mis palabras, ¡oh, Señor! Atiende a mis suspiros". En las voces de los coros se escuchan los gemidos de quienes invocan, ya sin palabras, a Dios. Se sienten abandonados por él. Son los gritos de la humanidad de todos los tiempos. Los de las víctimas de las guerras de la primera mitad del siglo XX. Y las de la epidemia que actualmente flagela al mundo.

Después, el salmo 14 (15), y el 4, y finalmente el 15 (16): "Mi carne descansa en la esperanza". ¡Ah, los salmos! En ellos grita, confía, agradece, alaba, suplica, se lamenta y espera la humanidad entera, la de ayer, hoy y mañana. Y la última palabra, aquella con la que concluye el oratorio de Penderecki, tomada de un salmo también, el 30 (31), no podía ser otra más que esta: Esperanza. "Ego autem in Deo speravi". Una esperanza activa. La de los fuertes por dentro.

Y otra cosa aún. En estos días en que tanto se habla de "La peste", de Albert Camus, que no pase desapercibido este compendio suyo, titulado "El verano", en el que se lee: "En medio de las lágrimas descubrí que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta a pesar de todo eso ? En medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz". En efecto. Que no falte esperanza, pues, al final, la Resurrección acabará abriéndose paso, ella sola, a través de los sufrimientos, las incertidumbres y las fatigas de la humanidad doliente en este sin par, y ya demasiado largo, Viernes Santo del año 2020. Para Dios nada hay imposible.

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