La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Diario pop

...y un domingo cualquiera

Las reflexiones a las que nos lleva la pandemia del COVID-19

Todos los días quieren ser domingo, un domingo cualquiera, un domingo de plástico, un falso día de plástico, entre estas cuatro paredes. Los segundos fingen ser otros segundos, el aire finge ser otro aire, solo la muerte sigue siendo la misma, sin fingimientos, absolutamente real. Supongo que una teoría del simulacro, como la de Baudrillard, no podría ser mejor verificada que en estos momentos tan impregnados de melancolía y quizá sea esa melancolía política y funeral la que lo distorsiona todo, hasta el significado real de las palabras, que adquieren ahora otro distinto en el discurso biopolítico. Fernando Simón, el hombre tranquilo, denomina a las distorsiones "artefactos" y no le falta razón. Dice Simón, desde una pantalla de televisión y confinado en su casa, que los fines de semana crean "artefactos" o distorsiones en el cómputo real de contagios y muertos que asuelan nuestro país y simula una esperanza vacía y negra que trata de escalar forzadamente por la pendiente ascendente de la curva hasta que el anuncio de más infectados y fallecidos nos devuelve nuevamente al punto de partida

La melancolía ha dejado atrás al pánico. Quizá la melancolía puede ser una distorsión en este simulacro de domingo; es posible que nos mantenga conectados con lo real, como una potencia encendida dispuesta a acumular energía para un nuevo cambio. La melancolía de esta falsa tarde de domingo no es la estadística variable del calendario actual, sino tan solo una intuición que nos hace sospechar que esto va para muy largo. Como en un poema de Ellyot, pasado y futuro confluyen en este presente, un tiempo quieto sólo interrumpido por las ruedas de prensa de Fernando Simón.

El pánico ha dado paso a la melancolía. En nuestro tiempo simulado y digital, las llamadas de teléfono, las videollamadas, los memes, el sexting, todo trata de romper las distancias entre las personas, sostenidas por un hilo de oro invisible y vigilado y, sin embargo, la melancolía, como una extravagante forma de conocimiento, las ensancha, recordándonos nuestra condición real de apestados, logrando que las voces suenen cada vez más apagadas, que los párpados estén cada vez más caídos y que las horas ya no sigan el mandato implacable de las agujas de un reloj.

Las imágenes producidas por la rutina se han convertido en pornografía. El coronavirus comienza a comportarse como un compensador de todos los excesos de la humanidad. Quizás esta pandemia sea un reseteo del propio sistema, una manera fría y letal de convertirnos en excedente y de comprender que nuestra forma de producir, de explotar y distribuir no es justa, que exige un sacrificio, una corrección que moralmente no podemos asumir. Quizás hemos descubierto que no queremos lo que parecíamos tan desesperados por tener. Lástima que Séneca ya no esté aquí.

Compartir el artículo

stats