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Donde mora la belleza

Las medidas de confinamiento en la vida de la comunidad cristiana

La actual epidemia de coronavirus ha golpeado a la Iglesia duramente en su carne, pues ella es, en el tiempo y en el espacio, la prolongación de la encarnación de Cristo, y el sentido del tacto no es ajeno a la vivencia de la fe.

Para la comunidad cristiana, que reconoce la acción eficaz de la gracia de Cristo en los signos sacramentales, no es cosa menor el que sus miembros se vean privados de la posibilidad del abrazo fraterno, del contacto con las santas imágenes, de las abluciones con agua bendecida, de las unciones con los óleos consagrados y de la fuerza que se comunica por la imposición de las manos.

Y, sobre todo, un cristiano no asumirá jamás el que se le prive del Pan que es alimento para el camino, fuego encendido en el corazón, generador de vida nueva y principio de inmortalidad, ni de la celebración del Día de la resurrección de Cristo, el Día del Señor.

"Sine dominico non possumus" (sin el domingo no podemos vivir), respondió Emérito, uno de los detenidos en Abitina (Túnez), en tiempos de Diocleciano, cuando el procónsul le preguntó por qué habían infringido la norma imperial de que no tuvieran biblias, ni se juntaran para celebrar la eucaristía, ni construyeran espacios para las reuniones de los miembros de la comunidad.

Y es que Emérito y otros 48 cristianos habían sido detenidos mientras celebraban la eucaristía en una casa, a sabiendas de que si los sorprendían serían condenados a muerte. Y como era previsible, después de comparecer ante las autoridades, fueron torturados y ejecutados.

Según el último barómetro del CIS, casi diez millones de españoles son católicos practicantes. Han respetado las leyes de confinamiento con una conciencia cívica admirable y han vivido el "Noli me tangere" pascual (no me toques) del Evangelio de San Juan en toda su crudeza, pues no han podido literalmente "tocar" a Jesús en su presencia sacramental durante la Semana Santa, pero ahora reclaman que se busquen ya salidas a esta situación de aflicción espiritual.

Y si bien es cierto que los fieles han podido seguir, durante el estado de alarma, la celebración de la misa, grabada por lo general con smartphone, en las redes sociales, en los sistemas de mensajería instantánea y en las plataformas para videoconferencias, hay que decir también que, si este va a ser el cauce por el que ha de navegar la Iglesia para dirigirse al futuro, como se presagia, precisa de sustantivas mejoras, tanto técnicas como de puesta en escena.

No obstante, hay que agradecer el esfuerzo que los sacerdotes han hecho para que a las familias de sus parroquias no les faltara, en streaming, ni el pan de la palabra de Dios ni el consuelo de la oración. A eso se le llama ahora "pastoral grassroots": espontánea, creativa, no profesional, expansiva y accesible a gran número de personas en un mismo instante y desde un único lugar.

El creyente, sin embargo, siente ganas de ver, gustar, tocar, oler y oír la belleza que ha hecho del templo su morada, anhela deambular por el atrio del santuario, deleitarse contemplando la nobleza de su construcción y la delicadeza con la que han sido manufacturados sus enseres, aspirar la fragancia que exhalan el incienso y las azucenas, ser recibido como huésped en el recinto sacro, cumplir la ofrenda más pura que quepa realizar, dar las gracias por el don inmenso de la que es vida verdadera, festejar con otros la alegría de saberse salvado, saborear anticipadamente las delicias de los bienes que se esperan y recrearse en la escucha de aquella declaración de la que Dios no se desdice jamás: "Esta es mi mansión por siempre; aquí viviré, porque la deseo" (Salmo 131).

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