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El sentimiento crítico de la vida y del periodismo

Fue mi primer compañero, el amigo que siempre quise, el hermano que nunca tuve y nunca me defraudó... Juntos compartimos la vida con todo lo que esta implica: alegrías, pesadumbres, afanes diversos y no todos cumplidos, profesión, ocio y familia. Y juntos, con nuestras diferencias, hemos sabido ser compadres, confidentes, cómplices y dúplices.

Tenía una excepcional capacidad crítica, el don de la palabra y de la polémica, y todo ello sazonado con un agudo sentido del humor. Era sagaz, irónico, culto e inteligente. No toleraba la pedantería ni la vanidad, detestaba a los figurones y no aceptaba, por principio, las verdades consabidas, los lugares comunes.

Disfrutaba de los placeres más ordinarios y sencillos y también de los más refinados e infrecuentes: de la tertulia como sistema de comunicación y cortés disentimiento; del deporte, como metáfora de la vida, como espectador, cronista y practicante voluntarioso y disciplinado, ungido por el sudor y la fatiga; de la televisión, como espectáculo doméstico, entre el entretenimiento y la narcolepsia; del cine, como expresión transversal del mundo contemporáneo; de la gastronomía y la sobremesa, como forma de cultura y civilización al servicio del buen gusto y la salud; de la lectura, ya desde la infancia, como aventura del espíritu y la imaginación; y de la publicidad, como síntesis de las ideas y la palabra en la aldea global.

Como periodista y publicista era fulgurante y brillante; lo que pudiera parecer improvisación en él era fruto del talento, la reflexión, el oficio y la experiencia. Y ambas dedicaciones las hizo compatibles, sin que ninguna se menoscabara, perdiera su naturaleza o sufriera deontológicamente.

Y, por último y al unísono con el resto de sus aficiones, en el arte encontró, como experto y comisario de exposiciones, su territorio más personal, aportando una visión original, certera en sus apreciaciones y juicios de valor, orientadora e imparcial, que sirvió de lección y de guía a muchos artistas y a miles de lectores. Enriqueció el arte con la literatura y la literatura con el arte y de esa simbiosis creó un nuevo género en el ámbito del ensayismo, un brillante híbrido con hallazgos y destellos de ambas disciplinas.

Su bibliografía, más selectiva que profusa, es un testimonio de la riqueza y solidez de su pensamiento y del grado y la amplitud de su curiosidad intelectual y estética y de la firmeza de sus convicciones.

Tan alejado de la soberbia como de la simulación, nunca dijo lo que no pensaba y pensaba muy bien lo que decía. Era como parecía, aunque a veces parecía lo que no era y esa forma de ser le produjo en ocasiones consecuencias indeseadas, equívocas e inmerecidas.

Porque su cualidad más notable era también su principal defecto; su temple y su debilidad: la franqueza.

Crítico lleno de razones y criticado casi siempre sin razón, vivió su vida con más ganas que desganas, haciendo preguntas -antes a sí mismo que a los demás- y dejando algunas por hacer y otras por responder y aplazando ambas para el futuro revelado, incierto y desigual del más allá.

En todo momento, procuró ser decente e íntegro, consecuente con sus ideas, se mantuvo firme en sus pensamientos, fue recíproco en sus sentimientos y leal con todos los suyos y con los ajenos.

Y cumplió, al pie de la letra, con sus deberes cotidianos -que fueron muchos y nada fáciles- y, a tenor de su conciencia y su cordura, administró con lucidez y discernimiento sus primeras oportunidades, sus segundas intenciones y sus últimas voluntades.

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