Hay nuevos medicamentos que cuestan dos millones de dólares. ¿Los tiene? Se cura. ¿No los tiene? Le atenderemos gustosamente de sus enfermedades más baratas. David Castro y Martí Fradera cuentan el caso de Zolgensma, la inyección que se ofrece como cura de la atrofia muscular espinal, una mutación genética que destroza las neuronas motoras. A la novedad del fármaco se añade la de su valoración, que ya no es cuánto costó descubrirlo, sino cuánto estás dispuesto a pagar por él, un clásico para el abuso en monopolio o escasez. Novartis sorteó 100 dosis gratis en el mundo en una operación alegre y desprejuiciada de fijación de precio de un bien de primera necesidad para enfermos, que puede valer 2 millones o nada.
Como noticia, Zolgensma produce efectos secundarios en forma de palpitaciones en población sana. Lo que es interesante como argumento con dilema moral para una serie televisiva de futuro distópico -tan pertinentes en esta confluencia de neoliberalismo y nuevas tecnologías que dinamitan toda certidumbre- es inaceptable en la realidad.
Este malestar no hallará alivio expresándose en voz alta porque expertos muy formados defienden desde medios de comunicación muy potentes que gracias a este sistema se financian nuevas investigaciones que crean nuevos fármacos que curan enfermedades, que es legítimo que científicos e inversores se enriquezcan y que, en una sociedad de individuos luchadores, hay formas para lograr esos medicamentos exigiéndolo a los estados, recurriendo al crowdfunding, endeudándose quien pueda... Las dosis de beneficio no se cuestionan. Para el estrés tenemos remedios más baratos y los cubre la Seguridad Social.
Mientras aguante.
Hay medicamentos que valen más de dos millones de dólares y cuyo precio se fija por el criterio de cuánto está dispuesto a pagar.