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Adriano Paillette, un adalid a prohijar

Un pionero destacado en la industrialización de Asturias

Con bastante certeza, las dos figuras señeras de la geología y minería asturiana de la primera mitad del siglo XIX fueron el alemán Guillermo Schulz y el francés Adriano Paillette. El primero pasó con justicia a la historia con todo tipo de parabienes, el segundo apenas es recordado a pesar de su significativa trayectoria profesional y del que ni siquiera se dispone de un retrato.

Adrian-Antoine Paillete (Saint Quentin, 1809-París, 1858) representa un modelo muy palmario en el desarrollo industrial de Asturias ya que presidió diversas explotaciones mineras y aportó los primeros estudios geológicos elaborados con cierto rigor en la región. Nuestro protagonista nació en el departamento galo de Aisne, al noreste de París limitando con Bélgica, donde sus padres poseían un establecimiento industrial. Estudió en la Escuela de Minas de Saint Étienne (Loira) y comenzó su actividad técnica en Bretaña, en las minas de plata y plomo de Huelgoat y Poullaouen, pasando a continuación a Italia para dedicarse al laboreo, análisis y fabricación de azufre en Sicilia y Calabria. Poco tiempo después efectuó algunos proyectos en las cuencas hulleras de los Pirineos orientales franceses y también en Cataluña.

Paillette vino a Asturias en 1839 para encargarse de la dirección de las minas de carbón en Llanera (Ferroñes y Santo Firme), al mismo tiempo de poner en marcha una fábrica de aceros en Lena. Su extraordinaria actividad le permitió compatibilizar sus trabajos en la industria con la investigación academicista (topografía, geología, paleontología, análisis de minerales y carbones, yacimientos de oro, aguas minero-medicinales, etc.). Coincidió con la época de despegue de la geología asturiana en la que colaboraron, además de él, su amigo íntimo Schulz y destacados emprendedores que coadyuvaban en las incipientes instalaciones minero-metalúrgicas regionales.

Los depósitos hulleros de Ferroñes estuvieron bajo la batuta del acreditado ingeniero, al que contrató una sociedad en la que participaban como socios Duverger, Chaviteau y Laborde. En 1844 realizó un preciso tratado del manantial termal de Fuensanta con el título "Observaciones químico-mineralógicas sobre las aguas de la Fuente Santa de Nava", en el cual no solo analiza la naturaleza del fluido termal, sino que describe igualmente con cierto detalle las características geológicas del entorno del venero. Regió asimismo la "Compañía Astur-Lenense", entidad centrada en los yacimientos de carbón y hierro de este ámbito, uno de cuyos objetivos era alimentar la fábrica de fundición La Bárcena (Villallana, Lena) -que utilizaba hierro procedente, sobre todo, del País Vasco-, supervisada por él desde 1846, donde se manufacturaban aceros brutos de todas clases, herramientas aplicables en la minería (picos, punterolas, hachas), sierras, limas, etc. y a unos precios muy competitivos. La extraordinaria labor de esta empresa fue reconocida con la medalla de plata en la Exposición Universal de Londres de 1851.

Aunque el redescubrimiento de las ancestrales minas de cobre y cobalto de Texeo (Riosa) se atribuye al belga Alexander van Straalen en 1888, fue Paillette un tercio de siglo antes el que aludió a ellas en "Estudios químico-mineralógicos sobre la caliza de montaña (caliza metalífera ó carbonera) de Asturias (Revista Minera, t. VI, de 15 de mayo de 1855, págs. 299 y 300) donde, al referirse a la sierra del Aramo, relata que: "en su masa se han encontrado, encima del pueblecito de Llamo, labores sumamente antiguas en un criadero cobrizo". Abunda sobre este hecho mi amigo Luis Jesús Llaneza en dist intas conferencias que dictó sobre la personalidad que nos ocupa -no en balde es su principal biógrafo- resaltando el poco reconocimiento que merece su figura.

Las primeras publicaciones asturianas de Paillette datan de 1844; entre ellas sobresale un plano topográfico de la cuenca carbonífera central, editado en París en 1848, levantado en colaboración con Maestre, González Lasala y Álvarez Buylla donde, aparte de los accidentes geodésicos, se representan bocaminas hulleras y los criaderos de hierro y cinabrio. Ya en la década de los 50, prosigue con una serie de indagaciones relacionadas con elementos metálicos -especialmente oro, cobre y mercurio-, aparte de firmar con los eminentes geólogos franceses Édouard de Verneuil un artículo sobre los depósitos de hulla (1845-46) y con Émile Bézard sobre los minerales de hierro (1849), ambos divulgados originalmente en el Bulletin de la Société Géologique de France y traducidos con posterioridad en la española Revista Minera.

Las virtudes que adornaban a este honorable personaje, y que unido a su currículum justifican que Asturias le prohíje, son recogidas por la Revista Minera (t. IX, de 15 de abril de 1858, pág. 247) notificando su necrológica en estos términos: "Hombre honrado, leal, franco y desinteresado en todos los sentidos, suministraba al momento á cualquiera que lo deseaba, cuantos datos obtenía por sus observaciones y estudios y se captaba fácilmente el aprecio y simpatía de cuantos le trataban. Conocía á fondo y se acomodaba, hasta con placer, al carácter y costumbres de nuestro país; era ya español tanto como francés". Sus méritos científicos fueron reconocidos con la Cruz de Carlos III, la de Comendador de Isabel la Católica y la de la Legión de Honor francesa.

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