Para muchos nativos de esta región, el galardón al "Pueblo ejemplar" es el premio gordo de la Fundación Princesa de Asturias. Y ciertamente se trata del anual evento que pasa al monumental catálogo de inolvidables para una pequeña población que se jactará, por generaciones, de haber paseado al lado de su Rey, antaño cuando era primero un principito, después un príncipe azul y ahora, cuando su talla regia se alza imponente sobre una cordillera de desvaríos.
De joven me tocó ir de reportero a la jornada del "Pueblo ejemplar", cuando los premios adolecían de cuché y se fotografiaban en blanco y negro. En Soto de Luiña y Novellana, "Avanti Cuideiru" recibió a Felipe, ya en edad casadera, con una marcha nupcial asturiana. En Grandas de Salime, Pepe el Ferreiro le hizo doblar la cerviz para que no golpeara la cabeza en el dintel de la entrada del museo etnográfico. En Benia de Onís, los pastores de los Picos le anunciaron que vendría el lobo, aunque por entonces, año 94 del pasado siglo, se desconocía que sobrevendría disfrazado de cordero y con coleta, ávido de meterle colmillo a la monarquía. Finalmente, en Puerto de Vega, el hijo y nieto de navegantes y olímpico en vela se sintió como pez en el agua al poner los ojos en el Cantábrico desde el mirador de La Sarretiera, donde una placa recuerda el primer contrato ballenero, de fecha de 1608.
Han pasado décadas de aquellos acontecimientos populares que cada ciudadano ejemplar guarda en las pupilas de su memoria. El apuesto príncipe de entonces es hoy un sereno jefe de Estado que procura dar la talla al timón de un océano azaroso, sometido a los vaivenes de un republicanismo inventado que a día de hoy no viene a cuento.
Como escribió en el siglo XIX el jurista alemán George Jellinek, " la monarquía era una república con jefe hereditario". Algunos vemos la vigente en España como una monarquía republicana en cuanto que defiende los valores fundamentales de la libertad y la democracia, que en abstracto se atribuyen al republicanismo. ¿O no es así?
