La novela protagonizó nuestras siestas en lejanos veranos felices y, en veladas interminables a la puerta del Malecón 67, carcajeábamos sus pasajes cursis y sin saberlo estábamos haciendo un club de lectura de altos o bajos vuelos. Luego desapareció en la mudanza antes de tirar la vieja casa.
He hallado la novela en físico en una librería de títulos descatalogados y la espero ansiosa. Me ha entrado una urgente nostalgia, tras comprobar cómo cada día más me salto las noticias habituales cuyos titulares anuncian una deuda impagable para España, una tercera oleada más mortal, o que Madrid es un incendio en la noche europea, o que Trump no aceptará el resultado de las elecciones, o aun peor, que una millonaria libanesa ha celebrado su cumpleaños en Mijas con una fiesta virtual millonaria, o aun mucho peor, que un estudiante ha decapitado a su profesor por reírse de Mahoma.
El mundo puede ser un horror, pero la vida no. El calor y el amor y la familia y algo que suena más cursi todavía que "El Rosario", las caritas de los niños en el parque cuando juegan -"Yo soy el jefe" decía un peque ayer sin mascarilla en el parque, ojos inmensos y rizos de Jesusito de mi vida-. La vida sigue siendo bonita y merece la pena. A sabiendas de que conlleva ingente dolor. Y de que hay muchas estrategias para sortearlo, guardar las distancias con el espanto y superar el mal que parece insaciable. Buscar "El Rosario" y volverlo a leer ha sido hoy la mía. Las hay infinitas, querido lector.