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POR LIBRE

Cuando las hormonas superan a las neuronas

La noticia publicada por LA NUEVA ESPAÑA el pasado viernes, coincidiendo con la entrega de los Premios "Princesa de Asturias", según la cual se estaría investigando a una decena de jóvenes, tras haber planificado y llevado a cabo estos una quedada para liarse a mamporros en principio dos de ellos, son de las que inevitablemente hacen que uno se cuestione si los que ahora somos adultos, fuimos igual de cenutrios cuando nuestras hormonas estaban en su máxima ebullición.

La pregunta nos la repetimos una y otra vez cada vez que un hecho similar cobra notoriedad. Eso que ahora se podría llamar si se me permite el palabro, viralidad, y que poco o nada tiene que ver con la virilidad que estos sujetos pretenderían demostrar a los suyos, cuando lo que en realidad denotan es un preocupante superávit de hormonas con relación a sus neuronas.

Nadie puede negar que toda la vida ha habido peleas entre chavales, flagrantes casos de acoso escolar, borracheras descontroladas y todo aquello que ahora, llegados a una cierta edad, contemplamos frunciendo el ceño, cuando no directamente asqueados, como ocurre en los vomitivos casos de violencia de género grupales.

Aceptada la premisa anterior y reconociendo que todos hemos tenido nuestros pecados de juventud, más o menos veniales dependiendo de cada cual, convendrán conmigo en que en la sociedad actual, existe una mayor proporción de jóvenes cuya ética o conjunto de valores, nos hacen albergar serias dudas de que algún día pudieran llegar a transformarse como por arte de magia, o por algún singular proceso de ósmosis desconocido hasta la fecha, en lo que siempre hemos conocido como personas de provecho.

Las razones para que esto sea así son de sobra conocidas, en especial para quienes llevan alertando desde hace años, acerca de esta alarmante deriva en la escala de los valores que habrían de regir nuestra convivencia.

Pero no toda la culpa puede desviarse hacia la descomunal exposición de los más jóvenes a las nuevas tecnologías. Hay algo mucho más elemental y simple de base que sigue fallando. Y es la Educación, con mayúsculas. La que empieza en cada hogar y que luego se ve reforzada por la recibida en los colegios, universidades y demás centros formativos. Porque si el árbol ya llega torcido de casa, nadie puede pretender luego que sean otros los que lo enderecen. Claro que cuando las leyes van en la dirección de premiar por igual a quienes ponen más neuronas y esfuerzo que a los que únicamente ofrecen hormonas y dejadez, mal empezamos.

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