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Los comicios más decisivos

EE UU, fábrica mundial de recursos de acción política, toma hoy una decisión agónica sobre Trump

Los comicios más decisivos

Ponderando los diferentes aspectos observables en un proceso electoral, es inevitable concluir que la elección más importante de cuantas se celebran en el mundo es a priori la del Presidente de EE UU. China no elige a sus dirigentes. El número de votantes en India es mayor, pero su influencia aún menor. En Rusia las elecciones son tramposas. Las elecciones europeas son las únicas que se organizan a escala continental, pero el proceso de integración de la Unión no se ha completado y el poder de su parlamento es limitado. En fin, el Papa de la iglesia católica no es elegido por sufragio universal.

La trascendencia de la elección presidencial que tiene lugar invariablemente el primer martes posterior al primer lunes de noviembre cada cuatro años no es solo una cuestión de magnitudes cuantificables. EE UU es el país que ha ejercido la hegemonía mundial desde hace casi un siglo con un sistema presidencialista. Su jefe de Estado es el dirigente político que concentra más poder en cualquiera de las democracias existentes. Por algo es considerado el hombre o mujer más poderoso del planeta.

La política americana no solo tiene una ascendencia indiscutible sobre la relación entre los Estados, sino que establece pautas que antes o después suelen acabar imponiéndose en el resto de las democracias. La interferencia del dinero, la función auxiliar de los laboratorios de ideas, las corrientes subterráneas que fluyen a través de las redes sociales, las maniobras opacas que se hacen en la trastienda de las instituciones, la presión de los grupos de interés, la inclinación hacia el espectáculo son algunas de las tendencias importadas de la política americana. La principal fuente de inspiración de los movimientos políticos de Europa, sean socialdemócratas, conservadores o populistas, está allí. Tras el declive del marxismo, EE UU es la fábrica de los recursos básicos para la acción política que luego adquieren los partidos de las diversas ideologías en medio mundo.

La competición electoral en los países europeos, y en particular cada organización política, tiende a reproducir la estrategia, el estilo y el discurso que se ven allí en la lucha electoral. La política de EE UU produce innovaciones sin parar en las técnicas electorales. Las encuestas, los debates televisados, la monitorización de la campaña, la personalización de la oferta electoral en el candidato, la publicidad negativa, son tácticas y medios de uso común en todas las democracias. España no es una excepción. El PSOE, el PP y Vox se miran, respectivamente, en el espejo de los demócratas, los republicanos y los trumpistas. Envían a EE UU a dirigentes y asesores para ponerse a la última en materia electoral. La política de aquel país influye más en la española de lo que damos por supuesto.

Desde hace siglo y medio, la elección presidencial se resuelve en un duelo entre el candidato demócrata y el republicano. Aunque en esta se presentan más de mil candidatos de todas las ideologías, de los cuales solo cuatro tienen la posibilidad matemática de alcanzar los 270 votos del Colegio Electoral que se necesitan para ser elegido, su papel es irrelevante, salvo cuando restan votos a uno de los favoritos provocando su derrota. Es poco probable que se dé el caso en esta ocasión, vista la extrema polarización de los electores.

En EE UU ha habido recientemente elecciones muy reñidas. Tanto que incluso fue elegido Presidente el candidato que había obtenido menos votos en las urnas. Pero esta elección es distinta. El “Wall Street Journal” opina que únicamente la celebrada en 1864 se le puede comparar. Con el país desgarrado por una guerra civil, Lincoln defendió entonces que se celebrara la votación con todas las consecuencias para mantener viva la democracia. Esta no es tanto una elección rutinaria entre candidatos y políticas como una decisión dramática, angustiosa, agónica, sobre la continuidad de Trump en el poder.

EE UU está envuelto en una crisis existencial. Es un saco de problemas. La sociedad está profundamente dividida y ensimismada. El retroceso de su poderío económico y político ha originado una fuerte perturbación en la vida de los americanos. Y el comportamiento de Trump es impropio de un país con esa grandeza. Aún hay quien se pregunta cómo pudo llegar a la Casa Blanca. Las encuestas pronostican su derrota segura, pero nadie se atreve a darla por hecho. Lo peor es que entre los mismos estadounidenses se ha extendido el temor a que, no importa cuál sea el resultado, el edificio institucional a cuya construcción tanto esfuerzo dedicaron generaciones anteriores se venga abajo y todo termine en un enfrentamiento civil. El mundo, no obstante, aguarda inquieto la decisión. La confianza, me decían de niño, es lo último que se pierde. Y hoy empieza a escasear.

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