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Nombres en clave: “Gorgorito”

La curiosa elección del todopoderoso comisario Villarejo para acceder a sus archivos

No soy yo una persona que siga con especial atención el tremendísimo culebrón de las llamadas cloacas del estado. Me pierdo en el entramado judicial de las explosivas informaciones atesoradas por el excomisario Villarejo. Pero estos días he leído una noticia que me ha resultado del todo curiosa. Se trata de la clave de secreta (“Gorgorito”) para acceder al disco duro del corrupto policía. Me parto. Y es que: ¡Ay madre!, ¡qué simples somos en el fondo!

Busco en Google y corroboro que la compañía “Maese Villarejo” es una compañía de títeres que desde mediados del siglo XX realiza sus representaciones teatrales. Ya a finales de los años 50, principios de los 60, se hizo popular al programarse en televisión española sus actuaciones con las aventuras de sus muñecos Pedrito Corchea, Pepe “el Tranquilo”, la bruja Ciriaca o el niño espía Gorgorito. Sentido del humor no le faltaba al todopoderoso comisario, porque además se da la circunstancia que el Ayuntamiento de Logroño inmortalizó para siempre a Gorgorito, el célebre personaje de Maese Villarejo, con una escultura en la calle Gran Vía del Rey Don Juan Carlos I de dicha ciudad. No me digan por favor que la cosa no tiene guasa. Y con todo esto me ha dado por pensar cuáles serán las complejísimas claves alfanuméricas que nuestros líderes mundiales estarían usando para acceder a los más sensibles sistemas de información.

Imagínense por un momento que Donald Trump para accionar el famoso Botón Rojo hubiera pensado utilizar, por ejemplo, “Tío Gilito” seguido de varios símbolos de dólar, eso siempre, por supuesto. O puestos a elucubrar, que la Pedro Sánchez sea algo así como “Copito de Nieve”, “Heidi” o “Abuelito dime tú”. Sí, si al final va a ser cierto esa máxima que dice que el secreto mejor camuflado es el que está ahí, a simple vista, como la princesa Corina vestida de rojo en una recepción institucional.

Siempre cuento que en la historia de la literatura hay dos temas recurrentes: el Amor y la Muerte. Aunque visto lo visto, añadiría otro hoy: la Infancia. Por supuesto, también, siempre, la Infancia. Las vivencias de esos tiernos años se clavan en nuestro subconsciente y ahí se quedan eternizados, como el olor a castañas rustidas sobre una cocina de carbón, el sabor de un bocadillo de manteca casera con azúcar o la sorpresa de encontrar cromos de Telva, Pinín y Pinón en una tableta de chocolate.

Ante la tristeza de estos días, la historia del nombre en clave de Gorgorito, me ha resultado entrañable y muy simpática. Amanece ahora y tengo ganas de hacer cosas totalmente prohibidas como ir a tomar algo a un imposible pub, bailar o cantar. Cantar por ejemplo la bonita y alegre canción de Jorge Drexler “Telefonía”, esa que dice: “Noches en vela/nombres en clave/cuantos secretos/versos Galantes/mil confesiones delirantes”.

Así que canto para afrontar la soledad de la pandemia. Algo bueno tendría que tener eso de vivir en un entorno rural y casi aislada del mundo exterior. Puedo chillar, desafinar y desfogar a gusto aunque apenas haya aún luz entrando por la ventana. Mientras desentono, continúo dándole vueltas a eso de los nombres en clave, como cuando era niña y elaboraba teorías sobre mapas del tesoro escritos en tinta de limón: mapas del tesoro y mensajes secretos lanzados al mar en botellas de cristal transparente. En botellas, tan transparentes y tan de cristal, como esta misma botella.

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