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Palabras para un año

Generosidad y solidaridad para salir del atolladero

Palabras para un año

Se acabó el año 2020, que todos guardaremos en nuestra memoria como referente de un tiempo complejo. Año de palabras nuevas, que hemos tenido que incorporar a nuestro vocabulario habitual: coronavirus, confinamiento, desescalada…, y otras muchas que nunca habíamos usado con tanta frecuencia, como pandemia o cuarentena; incluso términos médicos que se han hecho comunes: asintomático, intubar, remitir, EPI (equipo de protección individual) o Covid–19. Este año que pasó nos ha removido las entrañas de muchas maneras y nos ha empujado a los límites de emociones intensas. Al principio, contemplamos lo que sucedía en China desde la distancia y con esa actitud ignorante que solemos tener los seres humanos cuando creemos que lo que les sucede a otros no tiene nada que ver con nosotros. Unas semanas más tarde, nuestra vida se paró en seco con un estado de alarma que nos recluyó en nuestras casas. Aquellos días había mucho miedo en el ambiente, miedo al contagio, a lo que sucedía en medio del desconcierto que alimentaban algunas normas contradictorias y un exceso de información que no generaba confianza alguna. Los más ilusos creían que en dos semanas –como mucho tres– volveríamos a la vida normal; otros, no sé si más pesimistas o conscientes de la complejidad de toda pandemia, expresábamos la sensación de estar ante una catástrofe de la que no sería fácil salir.

Después del miedo, vino la tristeza, la tristeza por los cientos de muertos cada día, muchos de ellos personas mayores que fallecieron solos en sus residencias, alejados de sus seres queridos y, en algunos casos, sin recibir la atención necesaria. Otros muchos fallecían en los hospitales, también solos, porque las circunstancias no permitían el acompañamiento. Fueron días muy duros para los sanitarios que tuvieron que enfrentarse a situaciones para las que no estaban preparados emocionalmente, porque nadie lo está para una situación así; además, sufrieron también la falta de medios de protección y muchos de ellos murieron peleando en la batalla contra el virus. En aquellos días la tristeza se palpaba en las calles vacías, y aunque los aplausos de cada día a las ocho de la tarde trataban de contrarrestarla, estaba ahí, presente, en la soledad de todos los que se iban, en el dolor seco de los familiares que no podían despedirse, en el miedo de todos aquellos que temían por su trabajo, en las colas del hambre que empezaron a aparecer en todas las ciudades, atendidas por la solidaridad de muchos. Había mucha tristeza, por más que algunos se empeñaran en ocultarla.

Con el miedo, la incertidumbre y la frustración empezó también la rabia, la rabia porque no se podían hacer planes y el futuro se nos había quebrado; porque la sensación de seguridad con la que habíamos vivido anteriormente se había desvanecido de un día para otro; porque todo se hizo más difícil, más complejo y, en medio de todo ello, muchos aprovecharon para introducir formas de proceder que dificultaban el desarrollo normal de cualquier cosa.

El 2020 nos explotó en la cara y nos ha hecho conscientes de que somos vulnerables y que la incertidumbre forma parte de la vida; que el futuro es incierto siempre y que nada es seguro, porque la vida puede cambiar radicalmente de un momento para otro. Y esto es así con virus o sin virus; lo que pasa es que vivimos de espalda a esta gran verdad y con la soberbia de quien nunca piensa que se va a morir. Ojalá este tiempo nos ayude a amar la vida más que nunca, ahora que sabemos lo fácil que es perderla.

Un año se terminó y hay que afrontar el nuevo con esperanza, pero no una esperanza pasiva y bobalicona. En estos años viajando y viviendo en África he aprendido que la esperanza es una forma de estar en los momentos difíciles, trabajando para mejorar el futuro, incluso no pudiendo verlo ni disfrutarlo. Este tiempo difícil que vivimos nos proporciona muchas claves sobre aspectos esenciales de la vida que habíamos dejado de lado en la locura en la que estábamos. Hemos aprendido que la salud es fundamental, que las personas queridas son un pilar imprescindible en la existencia de cualquier ser humano, que necesitamos los abrazos y la proximidad, que somos vulnerables y que formamos parte de una gran comunidad humana en la que dependemos unos de otros.

Para este 2021 deseo que aprendamos de lo que nos toca vivir, que sepamos desarrollar las estrategias más adecuadas para transitar por este momento de cambio y que, entre las palabras que hemos incorporado durante este tiempo, dejemos espacio para dos muy importantes: generosidad y solidaridad, ambas imprescindibles para salir juntos de un atolladero como éste.

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