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Emigración e inmovilidad: el drama juvenil

Las pobres perspectivas de futuro de los jóvenes

Asturies ha sido siempre tierra de emigración. Tal vez sea más anécdota y símbolo que otra cosa la presencia de asturianos sirviendo en las legiones romanas en Alemania o en Gran Bretaña, cerca de la muralla de Adriano. En cualquier caso, desde finales del XVI, el proceso se acentúa: son muchos los compatriotas que van a Madrid a servir en oficios humildísimos, aguadores primero, serenos siglos más tarde. A partir de mediados del XIX se multiplican los destinos americanos, que desde los años cuarenta del siglo pasado no dejan de existir pero son superados por los europeos.

Incluso, cuando la combinación de ideología obrerista y capitalismo de Estado crea aquí grandes centros de empleo, entre los cincuenta y los setenta, se combina una no pequeña inmigración con la salida de asturianos en busca de trabajo fuera, en España y en América. Yo mismo, en mi entorno familiar, he visto hasta hoy la emigración de tres generaciones sucesivas, si bien, frente a mayoría de las de los siglos XIX y las de la primera mitad del veinte, quienes emigraron eran técnicos medios o superiores para los que aquí no había trabajo.

La situación actual de Asturies combina un número altísimo de jóvenes formados en carreras medias o universitarias, una emigración notable de titulados a otras comunidades (somos la séptima comunidad con más emigración “especializada”: un 26,6% de los licenciados en el curso 2013-2014 estaban en 2019 en otra parte de España, un 10,1% en el extranjero, y la tasa va en aumento con respecto a años anteriores) y un escandaloso número de parados entre los menores de veinticinco años, en torno al 40%, a los que habría que sumar los que vegetan en casa de sus padres sin afiliarse en las oficinas de empleo.

Las perspectivas, pues, de los jóvenes inducen poco al ánimo: los empleos son escasos aquí, los sueldos malos, la estabilidad prácticamente inexistente y los esfuerzos por sacar adelante un título (que, por cierto, pagamos todos) no siempre dan fruto, aunque hay que decir que, en general, en las carreras de medicina y técnicas, sí, aunque sea fuera de la patria. Curiosamente ello, digámoslo, coincide con la queja reiterada de algunos sectores, tal el metal, de que no encuentran mano de obra especializada, y ahí seguramente tenemos un problema de mentalidades.

Problema de mentalidades que seguramente tiene más vertientes que la que apunta en esa carencia sectorial de especialistas y que está relacionado con el discurso histórico aún dominante en nuestra sociedad y que se sermonea en muchos centros de enseñanza y universidades, muy proclive a exigir y esperarlo todo del Estado, hipercrítico con la iniciativa privada y con la empresa, desmotivador del emprendimiento. Y es ese un vector que, sea cual sea su peso, va a tardar, sin duda, mucho tiempo en irse, si es que lo hace.

Pero no debemos olvidar el trato que nos da el Estado, postergándonos siempre (retraso de décadas en las infraestructuras, promesas de inversiones o de supresión de peajes incumplidas, descarbonización exprés, estatuto electrointensivo…) que me hace recordar con frecuencia aquellas palabras de queja que Lope de Vega dirige a su amante: “Porque no me tratara Barbarroja (el famoso pirata) / de la manera que me tratas, Juana”, máxime siendo casi siempre el Gobiernu y el Gobierno de la misma familia.

¿Es una maldición bíblica? ¿Es nuestra propia incapacidad para vernos y defendernos como comunidad? En Bilbao, en 1791, Xovellanos se quejaba de las ventajas de otras comunidades, que establecían así una competencia desigual con Asturies: “¡Pobre Asturias, vecina a estas provincias tan favorecidas con las franquicias, y a La Coruña con los correos, y oprimida con todo el peso de las exacciones fiscales y con la falta de comunicaciones, que desalientan su industria y ahogan sus esfuerzos patrióticos!”.

¿Les suena? Bueno, tal vez Xovellanos exagerase con lo de los “esfuerzos patrióticos”, pero no con lo de la desigualdad territorial. Acaso ahí, en esa combinación de ausencia y presencia, se halle uno de los vectores del drama de nuestra juventud.

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