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Crítica / Música

Gabriel Ureña da vida al violonchelo de Beethoven

El chelista avilesino recorre la obra del genio de Bonn en el Jovellanos

Con las restricciones por la pandemia, el “año Beethoven” se ha extendido en las programaciones de los teatros. Toca recuperar conciertos aplazados y son muchos los proyectos que vieron truncados su puesta de largo debido a la situación sanitaria. La Sociedad Filarmónica de Gijón logró celebrar en diciembre el aniversario del nacimiento del compositor alemán el mismo día de su cumpleaños con un recital a cargo de Iván Martín, pero se había quedado en el tintero la velada dedicada a su obra para violonchelo; una propuesta presentada por Gabriel Urueña, músico avilesino que el pasado viernes demostró sus buenas dotes y su gran conocimiento del lenguaje del genio de Bonn con un recorrido por diferentes etapas compositivas acompañado por Patxi Aizpiri al piano.

David Roldán volvió a salir a las tablas del Jovellanos para presentar el concierto y desvelar algunas de las claves del repertorio que iba a sonar, una labor didáctica que este violista gijonés realiza con acierto. El arranque del recital con las “7 variaciones sobre ‘Bei Männern, welche Liebe fühlen’ de ‘La flauta mágica’” (1801) fue una píldora beethoveniana, una de esas obras que no abundan en las programaciones, pero que revelan la forma en la que el compositor exploraba las posibilidades de este instrumento antes de su etapa de plenitud. La melodía manda en esta pieza, y Ureña y Aizpiri se encargaron de conducirla con un diálogo ordenado acorde al espíritu clásico.

Mucho más juego ofreció la “Sonata para violonchelo y piano n.º 3 en la mayor” (1808), con un allegro inicial marcado por la contraposición de pasajes en los que Ureña pudo desplegar un buen abanico de recursos expresivos, como el peso en los ataques de frase certeramente atenuados o los ajustados juegos de eco en el desarrollo temático. La melodía del adagio cantabile discurrió con facilidad, bien arropada por los arpegios y acordes al piano, y derivó en un allegro vivace que recuperó el tono inicial. Buena interpretación de ambos músicos, que mostraron compenetración y un perfecto entendimiento para mantener el pulso de la pieza en todo momento.

Pero, sin duda, fue en la “Sonata para violonchelo y piano n.º 5 en re mayor” (1815) cuando Ureña mostró su personalidad. El arrebato romántico de los temas le daba margen para imprimir fuerza al arco, con una determinación que era visible hasta en su gestualidad. Más violencia, pero también más libertad para crear, para conducir los desarrollos melódicos y, en definitiva, para construir el discurso. En el adagio los intérpretes supieron dejar respirar a la pieza, alargando los fraseos y jugando con la agógica y la dinámica para que los temas crecieran. Destacó el buen manejo del vibrato al violonchelo para evitar el desvanecimiento en la parte final de este movimiento y conducirnos al allegro final fugado con el que se cierra la obra. La ovación fue prolongada, sonora y merecida, y estuvo bien correspondida con “El cisne” de “El Carnaval de los animales”, de Saint-Saëns, como propina.

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