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Billete de vuelta

Francisco García

Asturias, planeta rojo en la luna

No le queda a uno más remedio que echar las manos a la cabeza: es más fácil que un ingenio de factura humana se pose sobre la superficie de Marte que el que llegue el AVE a Asturias. De igual forma, puede que acabe resultando más sencillo encontrar restos de actividad biológica a poco que se escarbe en la epidermis de ese planeta vecino que hallar vida inteligente en quienes, en esta región, deciden los criterios para meter y sacar concejos del cierre perimetral mientras silban, con los pies cruzados encima de la mesa del despacho, una de Chimo Bayo: “Este sí, este no; este me gusta, me lo como yo”. La reflexión sirve también para los fondos europeos: mientras algunos van como cohetes, nosotros seguimos a la luna de Valencia o amarrados al hilo de un globo sonda.

Esta región, que es a su modo un planeta rojo, siempre regresa al futuro, un lugar en el que siempre estamos pero que no acaba de llegar. Que a estas alturas de carrera sideral se pueda viajar a 480 millones de kilómetros de distancia a una velocidad de 20.000 kilómetros por hora y sea imposible cruzar Pajares sin recurrir al trantrán dice poco de la tramitación administrativa y técnica de las grandes obras pendientes en esta región. Cuando por fin quede expedita la variante ferroviaria, ya no habrá asturianos en Asturias: se habrán marchado todos a Marte. Aquí quedarán lobos y raposos, que se disputarán las últimas gallinas, si no han ahuecado antes el ala por temor al virus de la gripe aviar, que las tiene confinadas ya en ocho concejos.

La llegada de “Perseverance” a Marte plantea, incluso, sesudos debates filológicos. Si en el mar se ameriza, en la Tierra se aterriza y en la Luna se aluniza, por lógica, como reconoce el Diccionario de la Real Academia, en Marte se amartiza. El problema llegará cuando haya que tomar tierra en otros planetas del sistema solar. ¡Habrá oportunidad de “ajupitizar”, “asaturnizar” o “auranizar” algún día? No lo verán con toda seguridad nuestros ojos, ni tampoco nuestros hijos y nietos.

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