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Martín Caicoya

Formas de adaptarse

La percepción de la pandemia según las distintas edades

La mayoría de los seres vivos funcionan mejor en medios específicos. Unos pocos, en casi todos. Lo del humano es un caso especial. Surge en la sabana africana porque las condiciones le eran favorables. Desde allí emigró a otros ambientes muy distintos donde también floreció. Lo logra porque está capacitado para adaptarse. La estrategia biológica más extendida es modificarse estructuralmente para soportar y aprovechar ese medio nuevo. La del ser humano es excepcional: modifica el medio. En las primeras etapas de manera muy elemental: refugiándose en los abrigos de las cavernas y cubriendo su piel con las de los animales a los que quizá imitara, o en los que veía esa capacidad de afrontar las agresiones: el frío, pero también las heridas y raspaduras de los vegetales y los minerales. Mientras otros seres vivos activan genes que producen defensas contra el medio, quizá una piel más vellosa en invierno, el ser humano utiliza la inteligencia para adaptarse.

Los franceses Jacob y Monod recibieron el premio Nobel por la descripción de uno de los fenómenos más interesantes de la naturaleza: la activación de los genes en respuesta al medio. Eso supone muchas cosas, entre otras que nunca dos seres con genes idénticos lo serán: ya en la embriogénesis vivieron medios algo distintos, diferencias que se acrecientan desde el nacimiento. Jacob y Monod demostraron que los genes que facilita la digestión de la lactosa, convirtiéndola en glucosa y galactosa, están siempre inhibidos en las bacterias que la pueden utilizar. Solo cuando hay lactosa en el medio se desinhibe. Es la misma lactosa la que lo hace. Activa dos genes, uno que ayuda a que el disacárido penetre en la célula y otro que lo divide en los dos monosacáridos. Esa función en los mamíferos la hace la lactasa, en ellos es la galactosidasa. Precisamente, la permanencia del gen que produce lactasa en los humanos, en algunos humanos, es uno de los mecanismos de adaptación más primarios. Lo mismo que E.Coli, el humano deja de producir lactasa cuando no recibe leche. Pero en este caso no es en respuesta a la ausencia de ingesta de este nutriente. Lo hace de manera programada, cuando se supone que se desteta. Entonces el humano del Paleolítico no tenía acceso a la leche de los hoy animales domésticos y era inaccesible en los salvajes. Seguir produciendo lactasa sería un derroche.

Hay una adaptación de especie, que tiene que ver con la presencia y forma de funcionar de los genes, y otra de individuo: cómo se acomoda a las condiciones cambiantes a lo largo de su vida. En esa capacidad se fundamentan los beneficios del ejercicio. Todo el organismo se modifica y fortalece para hacer frente a esa demanda. El resultado es que mientras mantiene esa tensión, es más resistente a las enfermedades, especialmente las degenerativas. Lo curioso es que también mejora la funcionalidad cerebral y en consecuencia la salud mental. Todo eso tiene un límite: el organismo es más plástico en los primeros años de vida y casi no tiene esa capacidad en los años finales, cuando ya las células agotadas ni se reproducen ni se adaptan. Por eso los ancianos son más rígidos, les cuesta entender y convivir con los cambios, añoran el mejor tiempo pasado.

Eso es lo que cabía esperar en esta pandemia. El riesgo de que la enfermedad sea grave o mortal es directamente proporcional a la edad, por tanto, entre los más ancianos la ansiedad y el estrés debería ser mayor. Sin embargo, no es así, tal como demuestran diferentes estudios, al menos en EE UU.

En uno se reclutó una muestra de 945 estadounidenses de 18 y 76 años y mediante cuestionario se evaluó la frecuencia e intensidad de las emociones experimentadas la semana anterior, tanto positivas como negativas. Además, se recogió el riesgo percibido de contagio y de las complicaciones del virus, las características demográficas, la personalidad y la salud. Se encontró que, a más edad, más bienestar emocional, independientemente del riesgo percibido y del resto de las variables.

Ya se sabía que con la edad se tiende a experimentar más emociones positivas y menos negativas, independientemente de los ingresos o la educación. La teoría es que con los años se evitan las situaciones estresantes: ya no necesitan o se ven impelidos a salir al mundo a conquistarlo, a explorarlo. Pero no pueden evitar la amenaza del Sars-Cov-2: ¿cómo manejan esta situación si los resultados comentados son ciertos? Una explicación es que tienen más recursos. Porque en los estudios hechos entre abuelas pobres con cargas familiares, el estrés del virus era grande. Haber criado ya a los hijos y que no dependan de ellos ayuda. Otra, que ya no esperan grandes cosas del futuro, tan oscurecido para los jóvenes. La vida de la mayoría de los jubilados cambió poco en comparación con la de los jóvenes. Ellos sufrieron un vuelco tanto en lo laboral como en lo social, aunque su riesgo de enfermedad grave sea mínimo. Una interesante paradoja.

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