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Javier Morán

Necrológica

Javier Morán

Küng, el Rey teólogo que viajaba en Alfa Romeo

Sus memorias son de lo mejor que se ha publicado en el campo cristiano desde el Concilio Vaticano II

Hans Küng. | Efe

Abordó con una perspectiva muy crítica casi todos los asuntos de la fe católica en contra de las estructuras de la Iglesia de Roma; fue leído por centenares de miles de creyentes, pero castigado por sus doctrinas, con las cuales polemizó frente a los otros grandes teólogos a los que podía tratar de tú (Ratzinger y Rahner); y para la posteridad ha dejados unos volúmenes de memorias, brillantes, soberbias, meticulosas, que se cuentan entre lo mejor publicado en el campo cristiano desde el Concilio Vaticano II hasta el presente.

Hans Küng, Juan Rey, nacido en 1928, en Sursee, cantón suizo de Lucerna, acaba de extinguirse dejando un vacío que ningún otro teólogo pudo ocupar en medio siglo de producción u ocupará en el futuro. Esto quiere decir que si a voleo se hubiera preguntado hacia 1980 por el pensador más representativo del catolicismo conciliar del siglo XX, la respuesta mayoritaria habría señalado a aquel sacerdote suizo que, sin embargo, había sido castigado el año anterior por Roma a no enseñar teología católica en ningún centro de la Iglesia. Corría 1979 y era el primer año en la sede de Pedro de Juan Pablo II, al que con ira y orgullo Küng atacó en adelante.

Dado que el pontificado de Wojtyla ya mostraba signos evidentes de que pretendía doblegar los excesos progresistas del Concilio y así iniciar una época de restauración, el suizo, verdadero seductor en cuanto a planta física, palabra e inteligencia, se transformó en paño de lágrimas y ariete contra la jerarquía de quienes, muchos, tanto habían esperado y adorado el Vaticano II.

Küng se había licenciado en 1953 en Teología y Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, de los jesuitas, siendo residente en el Colegio Germánico, también regido por los hijos de Loyola. En su primer tomo de memorias, “Libertad conquistada” (2002), describe de modo genial el ambiente romano y las primeras corrientes de los vientos conciliares hasta llegar a la gran cita eclesial convocada por Juan XXIII. Cuando las congregaciones religiosas aún vestían sus hábitos, no había ciudad tan colorista como Roma.

Los alumnos del Colegio Alemán vestían señaladas sotanas rojas y cuenta Küng cómo en una jornada en la que visitaron al Papa Pío XII catequistas alemanes y, sobre todo, alemanas que se mezclaban con aquellos seminaristas rojizos, los finos dedos del Pontífice comenzaron a moverse para indicar sordamente que un muro de vacío se crease inmediatamente entre los célibes y las chicas de falditas bávaras o por el estilo.

Escenas tan plásticas y divertidas como ésta se fusionan en la brillante pluma de Küng con su búsqueda de los caminos de la reforma, tarea no fácil, pues, además de reformistas, en la Compañía habitaban verdaderos bonzos de la Teología más ortodoxa.

El teólogo recibió el orden sacerdotal en 1954 y fue destinado a una parroquia de Basilea, cuya comunidad de creyentes le confirmó en sus propio ímpetu de cambio eclesial. En años sucesivos se doctoró en Filosofía y Teología, con estancias en varias ciudades europeas que le permitieron manejarse en varios idiomas.

Después, su muy apreciado Papa Juan XXIII le nombró perito del concilio Vaticano II que se extendió de 1962 a 1965. A partir de entonces, con sus abundantes publicaciones, marcó el territorio de un cuestionamiento firme sobre la realidad estructural de la Iglesia frente al carisma de Jesús y de los hombres de voluntad más realista que dogmática. Marcó el comienzo su libro “Estructuras de la Iglesia” (1962), obra que discutió fieramente con Rahner y que este decidió finalmente prologarle (cosa que se frustró cuando sus superiores de la Compañía aceptaron que Roma vigilase estrechamente al mejor teólogo de su tiempo). Por temperamentos encontrados, o por el hábil manejo de los dogmas del jesuita frente al suizo, las chispas habrían de saltar sucesivamente entre ambos. En el segundo tomo de sus memorias, “Verdad controvertida” (2008), Küng relata su desesperación con Rahner, quien le decía que bastaba con un par de semestres de exégesis, porque lo verdaderamente fundamental era el dogma (al que en realidad el estudio crítico-histórico de la Escritura colocaba en buenos aprietos). No obstante, el de Sursee mostraba su admiración por el jesuita, ya que el alemán era un crítico y dialéctico formidable, pero, al final, por desgracia, juzgaba Küng, recomponía los dogmas tal y como la Iglesia los formulaba.

Además de “Estructuras”, Küng publicó “La Iglesia” (1967), e “¿Infalible? Una pregunta” (1970), cuyas posiciones eran tan progresista y rompedoras con Roma que la Congregación para la Doctrina de la Fe, antiguo Santo Oficio, le abrió varios exámenes de doctrina. En 1975 el Vaticano dictó amonestaciones por su oposición a la doctrina de la iglesia católica y le citó para confrontar sus opiniones, pero Küng ni acudió ni aceptó la retractación, con lo cual la condena sobrevino cuatro años más tarde. En 1980 dejó de pertenecer a la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, pero conservó una cátedra de Teología Ecuménica y Dogmática, y la dirección del Instituto de Investigación Ecuménica. Y en 1995 comenzó a presidir la Fundación “Weltethos” (ética universal), encaminada al diálogo interreligioso como medio para iniciar una reforma global de la existencia humana.

La condena de 1979, que hubiera hundido de por vida a cualquier teólogo muy celoso de su pensamiento, fue para Küng un revulsivo que intensificó su producción y posturas. Vertidas a más de 20 lenguas se sucedieron obras leídas y releídas continuamente: “La encarnación de Dios. Introducción al pensamiento de Hegel como prolegómenos para una cristología futura” (1974); “Ser cristiano” (1974); “¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo” (1978); “¿Vida eterna? Respuesta al gran interrogante de la vida humana” (1982); “Teología para la posmodernidad. Fundamentación ecuménica” (1987); “Proyecto de una ética mundial” (1990); “El cristianismo. Esencia e historia” (1994); “La mujer en el cristianismo” (2002). Sus dos últimos libros han sido “Una muerte feliz” (2018), sobre la eutanasia, y “Una economía decente en la era de la globalización” (2019), coincidente con el Papa Francisco, al que consideró introductor de una “primavera católica” en la Iglesia, al estilo de Juan XXIII.

A comienzos del siglo XX, líderes políticos y religiosos alemanes solicitaron al vaticano su rehabilitación, pero el entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y después Papa Benedicto XVI, descartó esa posibilidad. No obstante, ambos teólogos se reunieron en 2005 en Castelgandolfo, la residencia de verano de los papas, y Küng calificó la cita de “esperanzadora”, pero nada se obró después.

Ratzinger y Küng habían sido buenos amigos y colegas en el pasado. En 1966, el primero aceptó impartir docencia en Tubinga por invitación del segundo. No obstante, en las citadas memorias “Verdad controvertida” el suizo marca distancias con una anécdota que les define en su contraposición. “Ratzinger no tiene carné de conducir y prefiere recorrer el largo camino de su casa a la Universidad en bicicleta. Ocasionalmente, lo llevo al campus en coche. No se trata de un deportivo, pero sí –a causa de ciertas ventajas técnicas y en aras de la seguridad–, de un pequeño y compacto Alfa Romeo Giulia, que pronto cambié por un BMW de la misma clase”. Küng abunda en ese “contraste que pone en bandeja a los periodistas una metáfora de significado aparentemente profundo: el que venía en bici y el que venía con el Alfa Romeo”.

Entonces, el suizo lamenta el “doble retrato que se va convirtiendo poco a poco en una caricatura que idealiza al ciclista y denigra al conductor del Alfa”. Küng será considerado “un hombre de moderna inteligencia técnica al que le fascinaban las máquinas, el fulgurante progreso de las ciencias para un hombre de glamour, frente a Ratzinger como espiritual, amante de la naturaleza, dotado de sensibilidad musical... y carisma intelectual”. Finalmente, Küng maldice esa imagen: “no da un retrato fiel de él, ni tampoco de mí...”.

Descanse en paz el Rey teólogo que viajó en triunfante Alfa Romeo.

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