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Julio Vaquero Iglesias

Sin coletas

La marcha de la política de Pablo Iglesias

Muchos de nosotros utilizamos en el paso de nuestra adolescencia a la juventud ese rito de afirmación simbólica que era dejarse bigote o barba sin que en la mayor parte de los casos, pasada esa necesidad de afirmación, hayamos conservado esos apéndices barbudos.

El que nuestro denominado “Coletas”, Pablo Iglesias, haya terminado cortándose las suyas al dejar todos sus cargos políticos qué significado tiene. ¿Es la expresión de que se ha hecho mayor, es decir adulto? Esto es, ¿ha sido un rito de paso?, ¿la expresión de que ya ha alcanzado la madurez y comienza su verdadera vida adulta?, ¿que ha dejado a un lado su rebeldía populista y ha pasado ya definitivamente a ser un miembro más de la casta?, ¿que se ha hecho mayor y después de jugar a la política comienza, sin coletas, su verdadera vida adulta?

La verdad es que sus llamativos giros vitales, como su compra de un casoplón de rico u otros de ese estilo que ha protagonizado, nos parecían a muchos huellas de cierta inmadurez personal y política y el que ha seguido en los últimos tiempos parecen confirmar tal hipótesis. O no lo ha sido forzar unas elecciones para conseguir formar una coalición gubernamental de izquierdas y su nombramiento como vicepresidente del Gobierno y, sin llegar a cumplir ninguno de sus objetivos políticos, como al niño que le da una rabieta, dar la callada por respuesta y dejar con el culo al aire (con perdón) a todos los miles de votantes que le elevaron a los altares del poder político.

Y, si no era suficiente tamaña falta de coherencia, su última contribución a la democracia populista que nos prometió ha querido ser contribuir a la derrota de la gran dama del trumpismo español, Isabel Ayuso, en la elecciones en Madrid y, como si no hubiera pasado nada, unirse y convertirse en jefe de filas del partido de Errejón al que desbancó de su liderazgo en Unidas Podemos. Lo cierto es que la realidad le volvió a dar la espalda a nuestro “Coletas” y la derrota sin paliativos en las elecciones madrileñas del bloque de izquierda le frustró en sus expectativas y, como su orgullo se sintió resentido, y sin pensar en los votantes a los que arrastró con su enésimo proyecto político, abandonó su escaño madrileño.

Cómo él que había llegado a ser vicepresidente de la primera coalición de izquierdas que había alcanzado el poder en la etapa democrática iba a mancharse sus manos en la lucha política contra una inculta neoliberal que basaba su campaña electoral en cañas a gogó sin retoques de queda. Y, como en la canción de Perales, se marchó a una tierra que se llamaba Libertad que no era sino su chalet de Galapagar y como los toreros que lo dejan se cortó sus coletas.

Y ante este espectáculo muchos nos seguimos preguntando cómo la izquierda de toda la vida, esa que comanda el mamporrero de Garzón que, como al otro de infausto recuerdo, ni está ni se le espera, sigue ayuntada con esa izquierda populista descastada que lideraba ese inmaduro de las coletas.

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