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Francisco Sosa Wagner

Animalistas

Los científicos criadores de embriones mono humano

¿En quién se puede confiar? No es ya la polémica embrollada sobre la vacuna Lastra-Séneca, de la que no se saca nada en limpio, es que ahora unos científicos, criadores de embriones mono humano, han asegurado que “no hay necesidad alguna de una criatura mitad animal mitad persona”.

Pero señores sabios ¿qué están ustedes diciendo? ¿es que pretenden suprimir del ser humano lo mejor que tiene que es su parte animal? Pues, si así ocurriera, las peores desgracias pueden fácilmente predecirse.

Se ve que ustedes no han leído a Baltasar Gracián. Y es grave error porque en “El Criticón” de este jesuita provinciano está todo el saber condensado del mundo. Quien no haya leído esta obra, ya puede saber mucho de Patología o de Derecho hipotecario, incluso de “spin-off”, que es la moda última, pero de lo que no sabrá nada es del hombre y de la sociedad en la que vive. La psicología y la sociología se inventaron antes de ayer como aquel que dice en su versión académico-tecnocrática pero las raíces verdaderas de ambos saberes las dejó plantadas aquel clérigo en el siglo XVII prácticamente sin salir de Aragón más que para ir a Valencia a sufrir el encierro que contra él decretaron sus piadosos hermanos en religión. Pero él no se arredró por el entorno opresivo –como hacen todos los cobardes– sino que puso por escrito, para que el personal se enterara, lo que él tenía por verdades inconcusas. Desnudó el alma o la mente o lo que sea de los humanos y dejó asimismo in puribus todo lo que de falso y pintado tiene la sociedad. Como se suele decir: no dejó títere con cabeza.

De ahí su importancia. Y de ahí que quienes hoy planean la educación progresista, inclusiva y transversal, educación sin venganzas ni revanchas, pasen de puntillas sobre las enseñanzas de Gracián. ¡Cómo se reiría el hijo de san Ignacio hoy de los majagranzas de los ministerios!

Por eso se atreven a decir esa idiotez los científicos de los embriones.

Porque Gracián nos enseña que los hombres “tienen una lengua más afilada que las navajas de los leones y con ella desgarran las personas y despedazan las honras; tienen más mala intención que los cuernos de un toro, unos ojos envidiosos y malévolos más que los del basilisco, un aliento venenoso más que el de los dragones … de modo que solo el hombre tiene juntas todas las armas ofensivas que se hallan repartidas entre las fieras y así él ofende más que todas”.

Como se ve, lenguaje clarito, nada de la lengua de madera del político empoderado.

Y sigue para que no haya dudas: “Créeme que no hay lobo, no hay león, no hay tigre, no hay basilisco que llegue al hombre, a todos excede en fiereza”. Y luego pone una verbigratia suprema a modo de estocada definitiva: un malhechor fue condenado a un tormento terrible, a saber, sepultarle en una hoya llena de sabandijas, dragones, tigres, serpientes etc. Acertó a pasar por allí un extranjero y sintiendo los lamentos del desdichado, llevado por la compasión, movió la losa que cerraba la hoya y, al punto, salió el tigre, lo que asustó mucho al extranjero pero pronto advirtió que el animal le besaba la mano por haberle librado de la tortura del encierro … y lo mismo pasó con la serpiente y los otros animales: todos le dieron las gracias por haberles librado de la mala compañía de un hombre advirtiéndole de que huyera antes de que acertara a salir. Pero no le dio tiempo porque, en efecto, apareció el encerrado y “concibiendo que su bienhechor llevaría algún dinero, arremetió contra él y quitóle la vida para robarle la hacienda”.

Juzga, concluye el sagaz jesuita, “tú ahora cuáles son los crueles, los hombres o las fieras”.

Amén.

A la vista de esta noticia tan alarmante, mi pregunta se dirige ahora a los animalistas: ¿dónde estáis? ¿cómo no reaccionáis ante las declaraciones de esos sabios tan ignorantes?

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