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José Manuel Ponte

El obispo de Solsona y el diablo

El prelado enamorado de una escritora de novelas eróticas

El obispo de Solsona Xavier Novell (52 años de edad, diez como pastor de almas en una diócesis catalana y cinco como exorcista titular) ha sido al fin localizado. Había desaparecido después de advertir a la Curia vaticana que renunciaba a su condición por “razones estrictamente personales”. Primero se sospechó que podía haberse ido a vivir con una mujer (un caso relativamente frecuente), después que se había marchado dejando entreabierta la puerta del armario y, por fin, que era víctima de una posesión diabólica. La citada en primer lugar resultó ser cierta, la segunda quedó rápidamente descartada y la tercera, aunque parezca mentira, prosperó como argumento valido tanto en el Vaticano como en la diócesis de Solsona.

Los medios tardaron en dar credibilidad a la historia pero acabaron difundiéndola al trascender que la supuesta novia del obispo era una escritora catalana de 34 años y dos hijos, Silvia Caballol, que había publicado varios libros sobre temas eróticos y satánicos. A estas alturas del siglo XXI (según la forma de contar de la humanidad cristiana) el culto al Demonio parece una excentricidad reservada a unos grupúsculos de alucinados. De cuando en cuando, una secta comandada por algún aprovechado se recluye en una granja a la espera del Armagedón y, tras una orgía mas o menos desmadrada, acuerdan suicidarse con un ritual parecido al de Hitler en el búnker. También de cuando en cuando algún cineasta estrena una película en la que se devuelve al Príncipe de las Tinieblas la importancia que tuvo en la Edad Media. Como en “La Semilla del Diablo”, en la que el Maligno posee a una joven a la que deja preñada en un episodio blasfemo que recuerda al embarazo de la Virgen María por el Espíritu Santo.

El escritor Wenceslao Fernández Flórez publicó en 1926 una novela “Las siete columnas” en la que quiso hacer un relato humorístico de los siete pecados capitales (lujuria, gula, pereza, ira, envidia, avaricia y soberbia), que son en realidad los apoyos en los que se sustenta una sociedad prospera y civilizada. Para demostrarlo nos cuenta los tratos que hubo entre el anacoreta Acracio Pérez y el Diablo. El llamado Lucifer se queja del olvido en que va cayendo su figura y acaba por aceptar la petición de Acracio para que se supriman los siete pecados capitales. Tremendo error. Sin el concurso de los vicios más estimulantes, el interés mundano decae gravemente y hay que pedir, incluso con tumultuosas manifestaciones, el regreso del pecado. Las posesiones diabólicas tienen una larga tradición literaria. En los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se nos informa que Jesucristo liberó de un demonio al hijo de un hombre que se lo había pedido. Y también en Mateo y Marcos se da cuenta de que Jesucristo expulsa una legión de demonios que habían poseído a una piara de cerdos. Los cerdos al notar en sus entrañas la quemazón del Infierno corrieron al mar aullando como desesperados y se ahogaron. Habrá que prestar atención a este asunto.

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