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Jorge J. Fernández Sangrador

La biblioteca de Dostoevskij

Una historia con comienzo en Oviedo entre los libros del novelista ruso

En la bellísima Verbania, en el norte de Italia, Lucio Coco, un estudioso de la literatura cristiana antigua griega y latina, y buen conocedor de la rusa, ha realizado una meticulosa indagación acerca de cuáles fueron las lecturas y qué libros componían la biblioteca de Fedor Michailovich Dostoevskij (1821-1881), del que, en el próximo mes de noviembre, se conmemorará el segundo centenario de su nacimiento. El libro de Coco se titula “La Biblioteca di Dostoevskij. La storia e il catalogo” y ha sido editado por Leo S. Olschki.

Es probable que el núcleo originario de la biblioteca lo constituyesen aquellos pocos libros de los que el escritor dispuso durante los diez años de prisión, por el caso Petrashevskij, y de servicio militar. Es decir, entre 1849 y 1859. Al principio, solamente tenía a mano «las peregrinaciones a los Santos Lugares y las obras de S. Dimitrij de Rostov». Más tarde, su hermano Michail le envío la novela “Jane Eyre”, de Charlotte Brontë, y obras de Shakespeare.

Fue en este período, estando en Tolbol’sk, camino de Omsk, cuando las mujeres de unos decabristas le entregaron un ejemplar de los Evangelios, cuya lectura fue su principal alimento intelectual y espiritual en los años de trabajos forzados: «Nos bendijeron y con el signo de la cruz nos regalaron un Evangelio a cada uno. Era el único libro permitido en la prisión». No se separó jamás de él. Por las cartas que, en aquella década, le envió a su hermano sabemos cuáles eran sus intereses bibliográficos: historiadores europeos, economistas, Padres de la Iglesia, autores griegos y romanos, filósofos, diccionarios y el Corán.

Libre ya de la cárcel y del ejército, y dedicado a la redacción de novelas y a escribir en las revistas “Vremja” y “Épocha”, Dostoevskij adquirió muchos libros, pues los necesitaba para desarrollar su vocación de literato. Bien porque él mismo los solicitaba a los proveedores, bien porque recomendaba ciertas lecturas a quienes le pedían consejo, bien porque sus familiares los ofrecían para la venta, fueron confeccionándose los elencos de libros de Dostoevskij, que Lucio Coco ha agrupado en las categorías de Literatura, Filología, Historia de la Literatura, Crítica, Folklore, Teología, Filosofía, Historia, Sociología, Derecho, Ciencias Naturales, Medicina, Arte, Literatura infantil, Diccionarios y Libros y Periódicos en lenguas extranjeras,

De esta biblioteca, que padeció la dispersión que sufren casi todas, me fijo en un libro que no podría pasar desapercibido en modo alguno para un asturiano: “Historia de Gil Blas de Santillana”, de Alain René Lesage (1668-1747). La ficha indica que es una edición en francés de 1835. Debió de gustarle mucho a Dostoevskij, porque, en una carta del 18 de agosto de 1880 dirigida a Nicolaj Ozmidov, le sugiere que su hija lea a Walter Scott, Dickens, Pushkin, Gogol’, Turgenev, Goncharov, “Don Quijote” y “Gil Blas”.

La novelada “Historia de Gil Blas de Santillana” comienza en Oviedo, desde donde el joven pícaro, educado en casa de un hermano de su madre, canónigo, que lo envía a Salamanca, para que curse estudios en la Universidad, da principio a sus andaduras y peripecias por España, acaeciendo el primero de los episodios que componen la trama narrativa en Peñaflor.

Y si un escritor de la talla de Dostoevskij encontró deleitosa y recomendable la lectura de la obra de Lesage, es como para que Asturias haga algo en reconocimiento del novelista ruso antes de que se acabe 2021, en el que se conmemorará, el 11 de noviembre, el segundo centenario de su nacimiento en Moscú.

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