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Antonio Trevín

Javier Fernández, “Manzana de oro”

Unos importantes méritos que hacen acreedor del galardón a quien luchó con afán por la reconciliación

“No hay español más orgulloso de su patria que un asturiano”, según Ortega, Salvador de Madariaga o Valentín Andrés. “El sentimiento persiste y yo me identifico con él”, confesó Javier Fernández en su toma de posesión como Presidente del Principado de Asturias. Una declaración de principios y raíces que ha exhibido siempre, con el pudor de los tímidos y la gallardía de los convencidos.

Su familia pagó un alto precio por sus ideales. La muerte, el dolor, el exilio y el silencio marcaron su historia. Nunca presumió de ella ni exhibió su currículum familiar antifranquista. Ni siquiera cuando, en algún capítulo de las cainitas luchas políticas, alguna voz, mezquina y ruin, puso en duda su lealtad a la misma. Si algo le marcó no fue el odio ni la venganza, sino el afán de superar el enfrentamiento guerracivilista, que entiende como un gran fracaso colectivo. Su apuesta es por la reconciliación entre españoles.

En sus lejanos encuentros veraniegos con la familia exiliada en Francia, aprendió que “Asturias no está en ningún lugar sino en cada asturiano y en cualquier rincón donde hay uno de ellos”. Así lo confesó, este verano, en Gijón, al recibir La Carabela que le concedió la FICA porque ejerció de Presidente sin olvidar esa otra Asturias, la transterrada.

El presidente del Centro Asturiano de Madrid, Valentín Martínez-Otero, impone la “Manzana de oro” a Javier Fernández. J. L. Roca

La emigración es una constante de su vida. En vivencias y en reconocimientos. Concedió a los centros asturianos centenarios la medalla del Principado, invitándonos a meditar “sobre la importante deuda histórica y afectiva que tenemos” con estas instituciones.

El primero, con el llanisco Posada Herrera como presidente, fue el de Madrid, que ahora le concede su “Manzana de oro”. Posada y Javier Fernández tienen algunos paralelismos. El primero fue diputado, senador, Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno; y el nuevo componente de la pomarada más valiosa de Madrid, fue senador y diputado, Consejero de Industria y Presidente del Principado, entre otras responsabilidades. Y no aceptó ser Ministro de Industria para desgracia de nuestra factura eléctrica.

A ambos se les reclamó, como hombres de Estado, ante circunstancias excepcionales y complejas. A Posada Herrera para ponerse al frente del Gobierno de España. A Javier Fernández para presidir la Comisión Gestora del PSOE. Lo hizo como siempre: con altura de miras, moderación, sentido de Estado y rodeándose de consejeros acreditados y solventes. Rubalcaba fue el más cercano en lo personal e ideológico. Ambos, siempre, apostaron más por el diálogo que por la crispación, por el acuerdo en favor del país que por la confrontación estéril. Entre otros resultados, aquella gestora concretó en 2016 un acuerdo con el gobierno de Mariano Rajoy para subir el salario mínimo un 8%. Fue el mayor incremento en 30 años.

Dialogar para buscar pactos en favor de España o Asturias es una constante de Javier. También de forma transversal. Con los presidentes populares Feijóo y Herrera, en defensa del Noroeste español. La propuesta del ferroviario Corredor Atlántico Noroeste y el énfasis en los criterios demográficos para definir la financiación autonómica son resultado del consenso entre los tres. Como alguien dijo: los acuerdos de Estado o entre comunidades no son patrimonio de la vieja política pero, a veces, lo parece.

Javier Fernández, como los socialistas clásicos, tiene las prioridades claras: primero España y Asturias, después el PSOE y, por último, los que en él militamos.

Cuando tuvo que elegir, lo hizo como Jovellanos: “Eligió la única bandera posible, la bandera de su patria, aunque él mismo llevara una guerra civil en su interior”.

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