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Manuel Gutiérrez Claverol

Crepúsculo del volcán palmero

Un repaso a los parámetros que condicionan la estabilidad de la erupción volcánica canaria

Desde un punto científico, es imposible predecir cuándo cesa de actuar un volcán.

Del 19 de septiembre hasta el momento de redactar este artículo, el de Cumbre Vieja ha arrojado más de diez millones de metros cúbicos de materiales piroclásticos (bombas, lapilli y cenizas), la cantidad de gases expulsados a la atmósfera (en concreto, el dióxido de azufre) es similar a la contaminación emitida por los 28 estados miembros de la UE durante 2019. Además, ha arrojado unos 60 millones de metros cúbicos de lava y formado once frentes de coladas –con un ancho máximo entre ellas de 3,2 kilómetros–, constituyendo algunas un delta lávico (fajana), de 43 hectáreas, en la extinta playa de Los Guirres, y acaba de llegar al mar una nueva colada más septentrional, cerca del puerto de Tazacorte.

La erupción afectó a una superficie de 1.073 hectáreas, produciéndose daños irreparables sobre todo en el barrio de Todoque, que quedó sepultado por la lava. Las destrucciones se centraron en edificaciones, infraestructuras y agricultura, estimándose los perjuicios ocasionados en unos 700 millones de euros. En detalle, arruinó total o parcialmente 2.651 construcciones, 81 km de carreteras y arrasó 314 hectáreas con cultivos, de las cuales 187 son plataneras, 60 viñedos y 25 aguacateros.

La pregunta del millón es ¿hasta cuándo va a durar la erupción? Repasemos el vulcanismo reciente de Canarias: Timanfaya, en Lanzarote, duró seis años, y Tagoro, al sur de La Restinga en El Hierro, casi 5 meses. En la propia isla de La Palma, los volcanes históricos persistieron así (tiempo referido en semanas): 12 en Tehuya y Martín, 9 en San Antonio y Fuencaliente, 8 en El Charco, 6 en San Juan y 3 en Teneguía. La expulsión que nos ocupa sobrepasa las 9 semanas, y suma y sigue.

Con arreglo a fundamentos vulcanológicos, son tres los factores principales que condicionan el dinamismo efusivo: sismicidad, emisión de gases y la deformación del terreno. A partir de los primeros días de noviembre los expertos han comenzado a detectar determinados signos que parecen señalar una estabilización del proceso telúrico, aunque parecen jugar al despiste, pues suben y bajan de modo intermitente. Se produjo una tendencia a la baja en la emisión de gases, en el crujido que provoca el magma con sismicidad continua (tremor) y en la distorsión topográfica, lo que indicaría una propensión favorable, sin embargo otros parámetros, tales como el enjambre sísmico, manifiestan cierta inestabilidad.

En Cumbre Vieja se detectaron terremotos a varios niveles, los principales en torno a 10 y 30 kilómetros de profundidad. Los superficiales han sido interpretados como debidos a cambios de presión producidos por la lava que fluye hacia arriba; los profundos se atribuyen al vaciado del reservorio inferior. La persistencia de seísmos por debajo de los 30 km parece expresar que el magma ya ha escapado hacia zonas superiores y que el sistema se está despresurizando. En consecuencia, los cambios de presión y los reajustes dan lugar a esos terremotos profundos que se detectan últimamente; no se descarta que éstos –con el récord del percibido el 19 de noviembre, con magnitud 5,1 y epicentro a 36 km– justifiquen un ajuste eruptivo.

La emanación de dióxido de azufre (SO2), aunque aún con valores altos, muestra un cierto decrecimiento, dibujando su curva dientes de sierra, pues finalizando el mes de octubre se alcanzaban 52.000 toneladas diarias, una semana después disminuyó por debajo de 5.000 t y a comienzos de noviembre volvió a ascender a 30.000 t. Las tasas de emisión actuales (a 21 de noviembre) oscilan entre 10.000 y 17.000 t/día. La presencia de este fluido se considera un factor determinante en la marcha del desarrollo volcánico, ya que su procedencia es puramente magmática y representa su fuerza motriz, de modo que si se produce una desgasificación –como parece apuntar la tendencia– el magma pierde energía.

El empuje ígneo no solo provoca terremotos, sino también un abombamiento del terreno, causado por la colosal propulsión de la masa fundida en su camino ascendente. Cuando se produjo la explosión, la deformación vertical del suelo era de 15 centímetros, luego subió hasta los 28 cm, pero en la actualidad se advierte una deflación, importante en estaciones cercanas al cráter, consolidándose en unos 10 cm durante un tiempo, y las mediciones realizadas en días pasados indican que ha revertido casi por completo.

Se observan otras señales predictivas positivas como es la atenuación del tremor, relacionada con la circulación de gases y magma, así como la presencia el 5 de noviembre de depósitos de azufre elemental, lo que implicaría, sino el final, un cambio claro en la dinámica.

No obstante, la única medida directa de la actividad efusiva es la emisión de lava y ésta no cesa, por lo que los parámetros asociados al volcán deben lograr niveles todavía más bajos para que se acerque la consumación.

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